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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Una vez terminados los debates, después del alboroto del interrogatorio y las emociones<br />

del banquillo, los acusados quedaron alojados por aquella noche en la Conserjería.<br />

Como hemos dicho, la muchedumbre volvió al anochecer, en grupos silenciosos,<br />

aunque animados, a la plaza del Palacio, para recibir la noticia de la sentencia tan pronto<br />

como se hubiese dictado.<br />

En París —cosa extraña— los grandes secretos, son precisamente aquellos que la<br />

muchedumbre conoce antes de que se hayan esclarecido por completo.<br />

Hacía calor. Las nubes de junio se amontonaban como penachos de humareda espesa. El<br />

cielo brillaba en el horizonte iluminado por relámpagos intermitentes.<br />

Mientras el cardenal, al que se había concedido el favor de pasear por las terrazas que<br />

comunicaban los torreones, hablaba con Cagliostro del éxito probable de su mutua<br />

defensa; mientras Olive en su celda, acariciaba a su hijito y lo balanceaba en sus brazos,<br />

y Reteau, en la suya mordiéndose las uñas, contaba con el pensamiento los escudos<br />

prometidos por el señor de Crosne y los comparaba con los meses de cautividad que le<br />

prometía el parlamento, Juana, que estaba en la habitación de la conserje, la señora<br />

Hubert, trataba de distraer su acalorado ánimo con algo de ruido y movimiento.<br />

Esta pieza, de alto plafón, vasta como una sala, enlosada como una galería, recibía luz<br />

del muelle por medio de una gran ventana de forma ojival. Los pequeños vidrios de esta<br />

ventana interceptaban la mayor parte de la luz y como si en la habitación, donde se<br />

alojaban personas libres, se hubiese deseado espantar a la libertad, una enorme reja de<br />

hierro colocada desde fuera sobre la ventana, venía a aumentar la oscuridad con su<br />

tejido de barras de hierro y listones de plomo que unían cada rombo de cristal.<br />

Por otra parte, la luz que llegaba después de ser tamizada por esta doble criba, resultaba<br />

dulce para la vista de los presos. No tenía nada de ese resplandor insolente del sol libre<br />

ni ofendía para nada a los que no podían salir. Hay en todas las cosas, inclusive en las<br />

malas, que el hombre ha hecho, armonías que dulcifican el dolor y permiten una<br />

transición entre éste y la sonrisa, si el tiempo, ese elemento de ponderación<br />

intermediario entre Dios y el hombre ha pasado por ellas.<br />

Desde su reclusión en la Conserjería, era en esta sala donde vivía la señora de La Motte,<br />

en compañía de la conserje, de su hijo y de su marido. Ya hemos dicho que tenía el<br />

espíritu sutil y un carácter seductor. Se había hecho querer por esta gente; había hallado<br />

el medio de demostrarles, que la reina era culpable.<br />

La señora de La Motte iba, pues— lo dice en sus Memorias—, a olvidar en compañía de<br />

esta conserje y sus amigos, sus ideas melancólicas y correspondía con su buen humor a<br />

las complacencias que se le tenían. El día en que se clausuraron las audiencias, Juana<br />

llegó a hacer compañía a aquellas buenas gentes, y las halló pensativas y molestas.<br />

Para la astuta Juana no podía pasar desapercibido semejante matiz. Trató en vano de<br />

arrancar la verdad a la señora Hubert, pero ésta y los suyos se limitaron a contestar con<br />

banalidades.<br />

Aquel día, decíamos, Juana divisó en una esquina de la chimenea a un abate, frecuente<br />

comensal de la casa. Era un antiguo secretario del preceptor del señor conde de<br />

Provenza; hombre de sencillas maneras, cáustico con mesura, que sabía desenvolverse y<br />

que, alejado desde hacía tiempo de la casa de la señora Hubert, se había hecho asiduo<br />

concurrente desde la llegada de la señora de La Motte a la Conserjería.<br />

Había también dos o tres altos empleados del Palacio. Se miraba mucho a la señora de<br />

La Motte y se hablaba poco.<br />

Ella tomó alegremente la iniciativa.<br />

—Estoy segura— dijo— de que se habla arriba con más calor que aquí.<br />

Un débil murmullo de asentimiento fue la única respuesta a esta tentativa.

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