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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Entonces, de entre los asistentes, muchos de los cuales tenían los ojos fijos con asombro<br />

sobre esta joven, dos o tres cabezas se inclinaron la una hacia la otra, comunicándose<br />

una idea, extraña sin duda, que redoblaba la atención recíproca de estos curiosos.<br />

Entre éstos se encontraba madame de la Motte, que, sin temor de ser reconocida o<br />

inquietándose poco por ello, sostenía en la mano la máscara de satén que se había<br />

puesto para pasar entre la gente. Por la forma en que se había colocado, se libraba de las<br />

miradas. Estaba en pie delante de la puerta, apoyada en una pilastra velada por un<br />

cortinaje, y desde allí podía observar sin que la viesen.<br />

Entre todo lo que veía, lo que le parecía más digno de atención era la figura de esta<br />

mujer electrizada por el fluido mesmeriano.<br />

En efecto, este rostro la había impresionado de tal manera que desde hacía algunos<br />

minutos continuaba en su sitio obsesionada por una aguda avidez de ver y de saber.<br />

«¿Cómo? —se preguntaba sin poder apartar los ojos de la bella enferma—. Es la dama<br />

de caridad que vino a mi casa la otra noche, y es la causa del interés que me ha<br />

testimoniado monseñor de Rohan.»<br />

Y convencida de que no se equivocaba, queriendo aprovechar el azar que le<br />

proporcionaba lo que sus búsquedas no habían conseguido, se aproximó. Pero en el<br />

mismo instante la joven enferma cerró los ojos, crispó la boca y golpeó el aire<br />

débilmente con las manos, unas manos que no eran las manos finas y afiladas y de una<br />

blancura de cera que Juana de la Motte había admirado en su casa unos días antes.<br />

El contagio de las crisis fue eléctrica en la mayor parte de los enfermos, cuyo cerebro<br />

estaba saturado de fluidos y de perfumes. La excitación nerviosa era compartida. Muy<br />

pronto hombres y mujeres, arrastrados por el ejemplo de su joven compañera,<br />

comenzaron a lanzar suspiros, murmullos, gritos, agitando brazos, piernas y cabezas,<br />

entraron irresistiblemente en este acceso, al cual el maestro había dado el nombre de<br />

crisis.<br />

En este momento, un hombre apareció en el salón, sin que nadie lo hubiera visto entrar,<br />

sin que nadie pudiera decir cómo había entrado.<br />

¿Salía de la cubeta como Febo-Apolo de las aguas? ¿Era el vapor armonioso y<br />

perfumado de la sala que se condensaba? Siempre es él el que se encuentra ahí<br />

súbitamente, con su traje lila, su mirada dulce y juvenil, el bello rostro pálido,<br />

inteligente y sereno, no desmintiendo el carácter un poco divino de esta aparición.<br />

Tenía en la mano una larga varilla apoyada, o más bien mojada, en la famosa cubeta.<br />

Hizo una señal y las puertas se abrieron; seguidamente aparecieron veinte robustos<br />

criados, y cogiendo con hábil rapidez a cada uno de los enfermos, quienes comenzaban<br />

a perder el equilibrio sobre sus sillones, los trasladaron en menos de un minuto a la sala<br />

vecina.<br />

En el momento en que se realizaba esta operación, la escena se hizo más interesante,<br />

sobre todo por la extremada beatitud de la joven convulsa. Juana de la Motte, que se<br />

había acercado con los curiosos hasta esta nueva sala destinada a los enfermos, oyó a un<br />

hombre que gritaba:<br />

—¡Pero si es «ella», si es «ella»!<br />

—¿Quién es ella? —le preguntó Juana.<br />

De pronto aparecieron dos damas en el fondo de la primera sala, apoyadas la una en la<br />

otra y seguidas a cierta distancia de un hombre, que tenía apariencia de un criado de<br />

confianza.<br />

El aspecto de estas dos mujeres, el de una de ellas sobre todo, impresionó tanto a la<br />

condesa que se les acercó en el mismo momento en que un grito agudo partió de la sala,<br />

escapándose de los labios de la joven presa de convulsiones y que arrastraba a todo el

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