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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Al llegar el día que estimó propicio, no hizo más que acercarse a Versalles. Carecía de<br />

carta de presentación, pero la fe en su fortuna era ya tal que tenía la certidumbre de que<br />

vería doblegarse la etiqueta ante su deseo. Y tenía razón.<br />

Todos los oficiosos de la corte, tan empeñados en adivinar los gustos del dueño, habían<br />

notado ya la satisfacción con que María Antonieta acogía a la bella condesa.<br />

Fue bastante para que a su llegada un húsar inteligente y ambicioso fuera colocarse al<br />

paso de la reina, que llegaba de la capilla, y, como por azar, pronunció delante del<br />

gentilhombre de servicio estas palabras:<br />

—Monsieur, ¿qué debo hacer con la señora condesa de la Motte-Valois, que no tiene<br />

carta de presentación?<br />

La reina hablaba en voz baja con la princesa de Lamballe, y el nombre de Juana,<br />

hábilmente dejado caer, la detuvo, y se volvió preguntando:<br />

—¿Decís que está en palacio madame de la Motte-Valois?<br />

—Creo que sí, Majestad —contestó el gentilhombre.<br />

—¿Quién la ha visto?<br />

—Este húsar, madame.<br />

—Recibiré a madame de la Motte-Valois —precisó la reina, que continuó su camino, y<br />

luego se detuvo para decirle al húsar—: La conduciréis a la Sala de Baños.<br />

Juana, a quien el húsar la informó, hizo ademán de abrir su bolsa, pero el húsar la<br />

detuvo con una sonrisa.<br />

—Señora condesa, os ruego que acumuléis las deudas; seguramente que muy pronto<br />

podréis pagármelas con intereses más altos.<br />

—Tenéis razón, amigo mío; gracias.<br />

«¿Por qué —se dijo— no he de proteger al húsar que me ha protegido? ¿No estoy<br />

también protegiendo a un cardenal?»<br />

Juana estuvo pronto en presencia de su soberana, la cual apareció con expresión un poco<br />

seria, quizá precisamente por lo que favorecía a la condesa con su inesperada recepción.<br />

«En el fondo —pensó la amiga del cardenal—, la reina cree que todavía vengo a<br />

mendigar... Antes de que yo haya pronunciado una palabra, habrá desarrugado el ceño o<br />

me habrá enseñado la puerta.»<br />

—Madame —dijo la reina—, todavía no he tenido ocasión de hablarle al rey.<br />

—Oh, madame... Vuestra Majestad ha sido ya demasiado buena para mí y no espero<br />

nada más. Yo venía...<br />

—¿Para qué venís? —dijo la reina, hábil en coger las transiciones—. No habéis pedido<br />

audiencia. ¿Acaso se trata de algo urgente... para vos?<br />

—Urgente, sí, madame, pero no para mí.<br />

—¿Para mí, entonces? Habladme, condesa.<br />

La reina condujo a Juana a la Sala de Baños, donde sus camareras la esperaban, pero al<br />

ver alrededor de la reina tantas caras desconocidas, Juana no dijo nada, y María<br />

Antonieta despidió a sus doncellas.<br />

—Vuestra Majestad —dijo Juana— se dará cuenta de que estoy muy confusa.<br />

—¿Cómo es eso? No he querido confundiros.<br />

—Vuestra Majestad sabe, pues creo habéroslo dicho, todos los favores que me ha hecho<br />

el cardenal de Rohan, lo cual me obliga a él.<br />

La reina arrugó el ceño.<br />

—No sé.<br />

—Yo creía...<br />

—No importa; decid.<br />

—Anteayer Su Eminencia me hizo el honor de visitarme.<br />

—Ah...

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