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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Olive creyó ver una hermana de su alma en la bella reclusa. Edificó una novela parecida<br />

a la suya, creyendo la ingenua que no se podía ser linda, elegante y estar perdida en<br />

Saint-Claude sin tener alguna grave inquietud en el fondo de su corazón.<br />

Cuando hubo sujetado con bronce y diamantes su novelesca fábula, Olive, como todos<br />

los temperamentos excepcionales, se dejó llevar por su hechicería y se proveyó de alas<br />

para atravesar el espacio y correr hacia su compañera, a la que, en su impaciencia, había<br />

querido también dar alas parecidas a las suyas.<br />

Pero la dama del monumental peinado permanecía inmóvil. Dijérase que dormía en su<br />

asiento. Habían pasado dos horas sin que se hubiera movido perceptiblemente.<br />

Olive se desesperaba. Ella no hubiera hecho por Adonis ni por Beausire, la cuarta parte<br />

de lo que había hecho para llamar la atención de la desconocida.<br />

Cansada por la observación, pasó de la ternura al encono, abrió y cerró diez veces la<br />

ventana, otras tantas asustó a los pajarillos en el follaje e hizo gestos telegráficos tan<br />

comprometedores, que el más obtuso de los agentes del señor de Crosne, si hubiese<br />

pasado por el bulevar o por el final de la calle de Saint-Claude, habría notado lo<br />

anormal de su actitud.<br />

Llegó en fin Nicolasa a persuadirse de que la dama de las bellas trenzas había visto<br />

todos sus gestos, comprendido todas sus señales, pero que la despreciaba, que era una<br />

mujer vana o una idiota. ¿Idiota? ¡Con unos ojos tan perspicaces, tan espirituales, con<br />

un pie tan ligero y una mano tan inquieta! ¡Imposible!<br />

Vana, sí; vana como podía serlo en este tiempo una dama de la gran nobleza con<br />

respecto a una burguesa.<br />

Olive, analizando en la fisonomía de la joven todas las características de la aristocracia,<br />

acabó por deducir que era una orgullosa incapaz de conmoverse. Y renunció a su<br />

proyecto.<br />

Dando la espalda con un enojo encantador, se puso a tomar el sol, que ya se ponía,<br />

volvió a las flores, complacientes compañeras, que, nobles también y asimismo<br />

elegantes, empolvadas y coquetas como las más grandes damas, se dejan sin embargo<br />

tocar y aspirar, devolviendo en perfume y frescura y en estremecidos contactos el beso<br />

del amigo o el beso de amor.<br />

Nicolasa no sabía que esta pretendida orgullosa era Juana de Valois, condesa de La<br />

Motte que, desde la víspera, estaba abstraída en una idea: impedir que María Antonieta<br />

y el cardenal de Rohan se viesen.<br />

Que un interés más grande aun exigía que el cardenal, sin ver particularmente a la reina,<br />

creyese firmemente que la estaba viendo siempre y que, por consiguiente, se contentase<br />

con esa visión y cesase de reclamar el verla en la realidad.<br />

Pensamientos graves que constituían suficiente excusa para esta preocupación de una<br />

joven que la mantenía durante dos largas horas sin mover la cabeza. Si Nicolasa hubiera<br />

sabido esto, no se hubiera refugiado en su cólera, entre las flores. Ni hubiese echado por<br />

el balcón una maceta, que fue a caer a la calle desierta haciendo un ruido espantoso.<br />

Olive, espantada, asomóse rápidamente para comprobar si había herido a algún<br />

transeúnte.<br />

La dama, preocupada, se sobresaltó al oír el ruido y saliendo de su ensimismamiento,<br />

vio la maceta en el pavimento, remontó desde el efecto a la causa, es decir, levantó los<br />

ojos desde la calzada de la calle a la terraza del palacio. Y vio a Olive.<br />

Al verla lanzó un grito salvaje, un grito de terror, que produjo un rápido movimiento en<br />

todo su cuerpo, tan rígido e inmóvil hasta entonces.<br />

Los ojos de Olive y los de esta dama se encontraron al fin, e interrogáronse,<br />

adentrándose mutuamente.<br />

Juana exclamó al momento:

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