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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¡Ah!— dijo Cagliostro—. ¿Queréis convencerme de que lo ignoráis habiendo<br />

cooperado al rapto?<br />

—¿Al rapto? ¡Yo!— exclamó Juana abrigando cierta esperanza—- ¿Se la ha raptado y<br />

vos me acusáis?<br />

—Hago más, os lo probaré.<br />

—¡Probadlo!—dijo la condesa.<br />

Cagliostro tomó un papel que estaba encima de la mesa y se lo mostró. Era una esquela<br />

dirigida al conde. Decía:<br />

"Caballero y generoso protector: Perdonadme que os deje; pero yo amo al señor de<br />

Beausire sobre todo; viene a buscarme y yo le sigo. Adiós. Recibid la expresión de mi<br />

gratitud."<br />

—¡Beausire!— dijo Juana anonadada—. ¡Beausire!... ¡Pero él no sabía la dirección de<br />

Olive!<br />

—Sí, señora— contestó Cagliostro mostrándole un segundo papel que sacó de su<br />

bolsillo—; mirad, he recogido este papel en la escalera; habrá caído del bolsillo del<br />

señor de Beausire.<br />

La condesa, estremecida, leyó:<br />

"El señor de Beausire hallará a la señorita Olive en la calle de Saint-Claude, en la<br />

esquina del bulevar; la encontrará y la acompañará inmediatamente. Es una amiga<br />

sincera la que lo aconseja. Tiempo es ya de que cese la esclavitud de la infeliz".<br />

—¡Oh!— exclamó la condesa.<br />

—Y se la ha llevado— dijo fríamente Cagliostro.<br />

—Pero, ¿quién ha escrito esta esquela?<br />

—Según las apariencias, vos, la sincera amiga de Olive.<br />

—Pero, ¿cómo ha podido entrar hasta aquí?— exclamó Juana mirando con rabia a su<br />

impasible interlocutor.<br />

—¿Es que no se puede entrar con vuestra llave?<br />

—Notad que si la tengo yo, no la puede tener Beausire.<br />

—Cuando se dispone de una llave, se pueden tener dos—insistió Cagliostro mirándola<br />

de frente.<br />

—Vos poseéis pruebas convincentes— respondió lentamente la condesa—, en tanto que<br />

yo sólo tengo meras sospechas.<br />

—¡Oh! Yo también las tengo y más fundadas que las vuestras, señora.<br />

Y después de estas palabras el conde despidió a su interlocutora con un casi<br />

imperceptible ademán.<br />

Ella empezó a bajar; pero a lo largo de la antes desierta y sombría escalera, halló ahora<br />

veinte bujías y veinte lacayos espaciados, ante los que Cagliostro exclamó en voz alta y<br />

por dos veces: "¡La señora condesa de La Motte!"<br />

Como un basilisco que lanza fuego y veneno, salió Juana jurando venganza.<br />

CAPITULO LXXIII<br />

<strong>LA</strong> CARTA Y <strong>EL</strong> RECIBO<br />

El día que siguió a aquel en que ocurrieron los acontecimientos relatados era el último<br />

del plazo fijado por la misma reina a los joyeros Boehmer y Bossange.<br />

Como la carta de Su Majestad les recomendaba circunspección, esperaban que alguien,<br />

portador de las quinientas mil libras, se presentara en su establecimiento. Y en previsión<br />

de esto, prepararon entusiasmados un recibo, que resultó un documento inútil pues<br />

nadie fue a retirarlo.

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