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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¡Veamos, caballero!— insistió el rey.<br />

—¡Las cartas!— gritó la reina arrebatada—. ¡Las cartas!<br />

El cardenal se pasó la mano por la frente, cubierta de sudor frío. Parecía preguntar a<br />

Dios cómo era posible crear en una criatura tanta audacia y tanta perfidia. Pero guardó<br />

silencio. "—¡Ah! Pero esto no es todo— continuó la reina, que se iba animando bajo la<br />

influencia de su misma generosidad—. El señor cardenal ha obtenido, a lo que parece,<br />

unas citas.<br />

—¡Señora, por compasión!— dijo el rey.<br />

—¡Por pudor!— agregó el cardenal.<br />

—En fin, caballero, si no sois el último de los hombres, si para vos existe algo sagrado<br />

en el mundo, si tenéis pruebas, aportadlas.<br />

El señor de Rohan levantó lentamente la cabeza y replicó:<br />

—No, señora, no las tengo.<br />

—¡No añadiréis este crimen a los otros— continuó la reina—, no amontonaréis sobre<br />

mí, oprobio tras oprobio! Tenéis una persona que os ayuda, un testigo, en todo esto, una<br />

cómplice: nombradlo o nombradla.<br />

—¿Quién es?— preguntó el rey.<br />

—La señora de La Motte, sire— dijo la reina.<br />

—¡Ah!— exclamó el rey triunfante al ver que sus prevenciones contra Juana tenían una<br />

justificación—. ¡Vamos! ¡Interroguémosla!<br />

—Esa mujer ha desaparecido. Preguntad a este caballero lo que ha hecho de ella. Tenía<br />

demasiado interés en que no apareciese en la cuestión.<br />

—Otras personas la habrán hecho desaparecer, porque tendrían más interés que yo—<br />

replicó el cardenal—. Esto hace que no se la pueda hallar.<br />

—Pero, caballero, puesto que sois inocente— dijo la reina furiosa—, ayudadnos a hallar<br />

a los culpables.<br />

Mas el cardenal de Rohan, después de haberle dirigido una última mirada, volvió la<br />

espalda y cruzó los brazos.<br />

—Caballero— dijo el rey ofendido—, vais a ser llevado a la Bastilla.<br />

El cardenal se inclinó y con voz segura repuso:<br />

—¿Así vestido? ¿Con los hábitos pontificales? ¿Ante toda la corte? Reflexionad, sire; el<br />

escándalo será muy grande. E inclusive no dejará de ser agobiante para la cabeza en que<br />

recaiga.<br />

—Quiero que sea así— dijo el rey muy agitado.<br />

—Es un dolor injusto que hacéis sufrir prematuramente a un prelado, sire, y es ilegal<br />

condenar sin previa causa.<br />

—Es necesario que sea así— respondió el rey al tiempo que abría la puerta principal<br />

para buscar a alguien a quien comunicar la orden.<br />

El señor de Breteuil estaba allí; sus ojos ansiosos habían adivinado en la exaltación de la<br />

reina, en la agitación del rey y en la actitud del cardenal, la ruina de su enemigo. Aun no<br />

había acabado el rey de hablarle en voz baja, cuando el guardasellos, usurpando las<br />

funciones del capitán de guardias, gritó con voz sonora que resonó hasta el fondo de las<br />

galerías:<br />

—¡Arrestad al señor cardenal!<br />

El señor de Rohan se estremeció. Los murmullos que oyó bajo las arcadas, la agitación<br />

de los cortesanos, la súbita llegada de los guardias de corps, dieron a la escena un<br />

carácter de siniestro augurio.<br />

El cardenal pasó ante la reina sin saludarla, lo que hizo que se sublevase la sangre de la<br />

altiva princesa. Se inclinó muy humildemente al pasar ante el rey, y al hacerlo ante el

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