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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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mundo a su lado. Inmediatamente, el hombre que había dicho «es ella», y que estaba<br />

cerca de la condesa de la Motte, gritó con voz sorda y misteriosa.<br />

—Señores, miradla; ¡es la reina!<br />

—¡La reina! —gritaron varias voces espantadas y sorprendidas, a la vez que Juana se<br />

estremecía.<br />

—¡La reina en casa de Mesmer!<br />

—¡La reina en una crisis! —repetían otras voces.<br />

—¡Oh...! Es imposible.<br />

—Mirad —respondía el desconocido con tranquilidad—. ¿Conocéis a la reina, sí o no?<br />

—En efecto —murmuraban la mayoría de los asistentes—, el parecido es increíble.<br />

Juana de la Motte se había puesto la máscara, como todas las mujeres que al salir de<br />

casa de Mesmer debían regresar al baile de la Ópera. Ella podía, pues, preguntar sin<br />

riesgo.<br />

—Monsieur —interrogó al hombre que lanzaba las exclamaciones, de figura corpulenta,<br />

rostro lleno y coloreado, ojos centelleantes y singularmente observadores—, ¿decís que<br />

la reina está aquí?<br />

—Sin la menor duda.<br />

—¿Y dónde está?<br />

—Pero si es la joven que veis ahí, sufriendo una crisis tan fuerte que no puede moderar<br />

sus actos. Es la reina.<br />

—¿Pero en qué os apoyáis, monsieur, para creer que esa mujer es la reina?<br />

—Esa mujer es la reina, y nada más —replicó secamente el personaje acusador.<br />

Y abandonó a su interlocutora para ir a propagar la nueva entre los demás grupos.<br />

Juana se apartó del espectáculo casi repelente que ofrecía la epiléptica. Pero apenas<br />

hubo dado unos pasos hacia la puerta cuando se encontró cara a cara con las dos damas<br />

que, esperando que pasasen las convulsiones, miraban con el más vivo interés la cubeta,<br />

las varillas de hierro y la cubierta del recipiente.<br />

Al ver Juana el rostro de la de más edad, ahogó un grito.<br />

—¿Qué ocurre? —exclamó ésta.<br />

Juana se quitó la máscara.<br />

—¿Me reconocéis?<br />

La dama reprimió un movimiento.<br />

—No, madame —dijo con cierta turbación.<br />

—Pues yo os he reconocido y voy a daros la prueba.<br />

Las dos damas se acercaron la una contra la otra con cierto sobresalto. Juana sacó de su<br />

bolsillo el tarjetero con el retrato.<br />

—Os olvidasteis esto en mi casa.<br />

—Y aunque fuese verdad —preguntó la mayor—, ¿por qué tanta emoción?<br />

—Me estremece el peligro que corre aquí Vuestra Majestad.<br />

—Explicaos.<br />

—Antes que nada poneos la máscara, madame.<br />

Y tendió la suya a la reina, que dudaba, pues creía estar a salvo con su tocado.<br />

—Por favor, no se debe perder un instante.<br />

—Hacedlo, madame —aconsejó la que acompañaba a la reina.<br />

La reina se puso maquinalmente la máscara.<br />

—Y ahora venid, venid —pidió Juana.<br />

Y condujo a las dos mujeres hasta la puerta de la calle. —¿Vuestra Majestad no ha visto<br />

a nadie?<br />

—No lo creo. —Mejor.<br />

—Pero me explicaréis...

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