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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Guardadme ese moblaje de flores de oro para un salón, con las cortinas haciendo<br />

juego.<br />

—Sí, madame.<br />

—¿Y los tapices?<br />

—Aquí están.<br />

—¿Qué me daríais para otra estancia?<br />

—Estas banquetas verdes, este cuerpo de armario de encina, esta mesa de pies torneados<br />

y estas cortinas verdes de damasco.<br />

—¿Y para un dormitorio?<br />

—Un lecho largo y bello, un colchón excelente, una colcha de terciopelo bordada en<br />

rosa y plata, cortinas azules, guarnición de chimenea un poco gótica, pero de lujoso<br />

dorado.<br />

—¿Tocador?<br />

—Uno con encajes de Malinas. Miradlos, madame. Cómoda de delicada marquetería,<br />

sofá de tapicería, sillas haciendo juego, todos los utensilios de chimenea de una gran<br />

elegancia, porque proceden del dormitorio de madame de Pompadour en Choisy.<br />

—¿Todo por qué precio?<br />

—¿Un mes?<br />

—Sí.<br />

—Cuatrocientas libras.<br />

—Veamos, monsieur Fingret, no me confundáis con una advenediza, os lo ruego. No se<br />

desvanecen las gentes de mi calidad ante unos trapos. ¿Observáis que cuatrocientas<br />

libras por mes son cuatro mil ochocientas al año, y que por ese precio yo tendría un<br />

hotel amueblado?<br />

El maestro Fingret se pellizcó la oreja.<br />

—Vos no me volveréis a ver por la Place Royal —continuó la condesa.<br />

—Eso me entristecería, madame.<br />

—No daré más de cien escudos por ese mobiliario.<br />

Juana dijo estas últimas palabras con tal seguridad que el mercader pensó de nuevo en el<br />

porvenir.<br />

—Sea, madame.<br />

—Y con una condición, maestro Fingret.<br />

—¿Cuál?<br />

—La de que todo será colocado en el apartamento que yo os indicaré antes de las tres de<br />

la tarde.<br />

—Son ya las diez, madame.<br />

—¿Es sí o es no?<br />

—¿Adonde hay que llevarlo?<br />

—Calle Saint-Claude o Marais.<br />

—¿A dos pasos?<br />

—Precisamente.<br />

El tapicero abrió la puerta del patio y gritó: «Sylvain, Landry, Remy», apareciendo tres<br />

de los aprendices, encantados de poder interrumpir su trabajo y ver a la bella dama.<br />

—A ver, los carros de mano. Remy, ve a cargar el mobiliario de flores de oro; Sylvain,<br />

la antecámara en el carro, y tú, que eres más reposado, lleva el dormitorio. Revisemos la<br />

nota, madame, y si os place os firmaré el recibo.<br />

—He aquí seis dobles luises, y devolvedme un luis simple.<br />

—Aquí tenéis dos escudos de seis libras, madame.<br />

—De los que daré uno a estos mozos si me demuestran su competencia —dijo la<br />

condesa.

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