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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Nada de eso; yo no presto una espada honrada a ese individuo; aquí tengo mi bastón,<br />

si vos no tenéis bastante con el vuestro. Pero, en conciencia, no puedo hacer otra cosa<br />

por él, ni por vos.<br />

—¡Un bastón! —dijo Reteau, exasperado—. ¿Sabéis, monsieur, que soy gentilhombre?<br />

—Pues prestadme vuestra espada a mí —dijo De Charny, arrojando la suya a los pies<br />

del gacetillero—. Yo le dejaré la mía para que él no toque la vuestra.<br />

Felipe no podía objetar nada, y desenvainó su espada, dándola a De Charny a través de<br />

la verja.<br />

De Charny la tomó y le dirigió un saludo.<br />

—¿Conque tú eres gentilhombre? —dijo, volviéndose a Reteau—. Eres gentilhombre y<br />

escribes sobre la reina de Francia tales infamias... Muy bien. Recoge esa espada y<br />

demuestra que eres gentilhombre.<br />

Pero Reteau no se movió; se hubiera dicho que tenía tanto miedo de la espada que<br />

estaba a sus pies como del bastón que hacía un instante había visto sobre su cabeza.<br />

—Demonios —dijo Felipe, desesperado—, abridme la verja.<br />

—Perdón, monsieur —le contestó De Charny—; habéis convenido que este hombre me<br />

pertenece a mí primero.<br />

—Pues apresuraos y acabad de una vez, porque yo tengo prisa por comenzar.<br />

—Deseo agotar todos los medios antes de llegar a ese extremo —dijo De Charny—,<br />

porque pienso que los bastonazos cuestan casi tanto al que los da como al que los<br />

recibe; pero puesto que decididamente monsieur prefiere una paliza a un duelo, será<br />

servido como desea.<br />

Apenas había terminado de decir estas palabras cuando un grito de Reteau anunció que<br />

De Charny acababa de unir la acción a la palabra. Cinco, seis golpes vigorosamente<br />

aplicados, arrancando cada uno un grito equivalente al dolor que producía, siguieron al<br />

primero, y los gritos atrajeron a la vieja Aldegonde, chillando ella también, pero De<br />

Charny se inquietó tan poco por sus gritos como por los de su amo.<br />

Durante este tiempo, Felipe, colocado como Adán al otro lado del Paraíso, se comía las<br />

uñas, lo mismo que los osos cuando huelen carne fresca al otro lado de los barrotes.<br />

Por fin De Charny se detuvo, cansado de apalear, y Reteau se arrodilló, cansado de que<br />

lo apaleasen.<br />

—¡Por fin! —dijo Felipe—. ¿Habéis terminado, monsieur?<br />

—Sí.<br />

—Muy bien. Ahora, devolvedme mi espada, que os ha sido inútil, y abridme, os lo<br />

ruego.<br />

—Monsieur, monsieur —imploró Reteau, que veía un defensor en el hombre que había<br />

terminado sus cuentas con él.<br />

—Comprenderéis que no puedo dejar a este monsieur en la puerta —dijo De Charny—.<br />

Tengo que abrirle.<br />

—¡Esto es una agonía! —gimió Reteau—. Matadme de una cuchillada y terminemos.<br />

—Ahora —dijo De Charny— tranquilizaos; creo que monsieur no piensa tocaros.<br />

—Tenéis razón —dijo, con olímpico desprecio, Felipe al entrar—. No lo haré. Habéis<br />

sido golpeado, de acuerdo. Y como dice el axioma legal: Non bis in idem. Pero aún<br />

quedan ejemplares de la edición y hay que destruirlos.<br />

—¡Muy bien! —dijo De Charny—. Más vale ser dos que uno solo; es posible que lo<br />

hubiese olvidado, ¿pero por qué azar os encontrabais en esta puerta, monsieur de<br />

Taverney?<br />

—Os lo explicaré —dijo Felipe—. En el barrio me informé de las costumbres de este<br />

pillo. Y supe que tiene el hábito de huir cuando se le aprieta demasiado fuerte. Entonces<br />

me enteré de sus métodos para escapar, y pensé que al presentarme por la puerta falsa

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