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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Y si lo encuentras demasiado pesado, es que no eres lo fuerte que yo creía, y tendré<br />

que devolverte a la Auvergne.<br />

La amenaza surtió efecto. Aún gritando, aullando y delirando, el auvernés lo levantó<br />

como una pluma ante los ojos de los guardias, quienes asediaron al doctor a preguntas.<br />

—Señores —dijo el doctor, gritando más fuerte que De Charny, para que le oyeran—,<br />

comprended que yo no puedo andar una legua todas las horas para visitar a este enfermo<br />

que el rey me ha confiado. Vuestra galería está en el fin del mundo.<br />

—¿Adonde le lleváis entonces, doctor?<br />

—A mi casa, puesto que soy un perezoso. Allí tengo dos habitaciones; le acostaré, y<br />

pasado mañana, si nadie se entromete, os traeré nuevas de cómo se encuentra.<br />

—Doctor —dijo el oficial—, os aseguro que aquí el enfermo está muy bien; todos<br />

queremos a De Suffren, y...<br />

—Sí, sí; conozco esos cuidados de camarada a camarada. El herido tiene sed, y como se<br />

es bueno con él, se le da de beber y muere. Al diablo los buenos cuidados de los<br />

guardias. Ya me han matado así diez enfermos. Hago lo que debo, y lo que hago es lo<br />

razonable. No hay más enfermo que éste, y el rey querrá ver al enfermo, y si le ve..., le<br />

oirá, diablo. Voy a prevenir a la reina y que me aconseje.<br />

El doctor, después de tomar su resolución con la prontitud del hombre al que su<br />

naturaleza le hace ahorrar hasta los segundos, lavó con agua fría el rostro del herido, lo<br />

acostó, asegurándose de que no podía caer, cerró los postigos y la puerta y se quedó con<br />

la llave, luego se dirigió hacia la cámara de la reina, después de asegurarse, escuchando<br />

desde fuera, que si De Charny gritaba nadie le oiría.<br />

Y se alejó, pero, para más precaución, al auvernés lo había encerrado con el enfermo. A<br />

los pocos pasos se encontró con madame de Misery, a quien la reina enviaba para que le<br />

llevase noticias del herido.<br />

—Vamos, vamos, madame. —Pero, doctor, la reina espera... —Yo voy a las<br />

habitaciones de la reina, madame. —La reina desea...<br />

—La reina sabrá todo lo que desea saber, pero soy yo quien se lo dirá, madame. Vamos.<br />

Y siguió adelante, obligando a la dama de María Antonieta a apresurar el paso para<br />

llegar al mismo tiempo que él.<br />

LI<br />

ALEGRI SOMNIA<br />

La reina esperaba la respuesta de madame de Misery, por lo que no aguardaba al doctor,<br />

quien entró en la estancia con su acostumbrada familiaridad.<br />

—Madame, el enfermo por quien el rey y Vuestra Majestad se interesan se encuentra<br />

todo lo mejor que se puede encontrar uno cuando tiene fiebre.<br />

La reina conocía al doctor; sabía su horror por las gentes que, según decía él, chillan en<br />

cuanto les duele una muela, y supuso que De Charny había exagerado un poco su mal.<br />

Las mujeres fuertes tienden a creer débiles a los hombres también fuertes.<br />

—El herido —dijo— es un herido del que hay que reírse.<br />

—No, no —exclamó el doctor.<br />

—Un arañazo...<br />

—No, madame; pero ya sea arañazo o herida, lo que sé es que tiene fiebre.<br />

—Pobre muchacho. ¿Mucha fiebre?<br />

—Mucha.<br />

—Ah... —dijo la reina, con inquietud—.Yo no creía que fuera de cuidado. La fiebre...<br />

El doctor la interrumpió, diciéndole:<br />

—Hay fiebres y fiebres.

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