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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Sola.<br />

—Gracias. Buenas noches, hermano mío.<br />

—Buenas noches, hermana mía.<br />

El príncipe saludó y Andrea cerró las puertas al irse él.<br />

VII<br />

<strong>LA</strong> ALCOBA <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REINA</strong><br />

A la mañana siguiente, o más bien aquella misma mañana, ya que nuestro último<br />

capítulo ha tenido que cerrarse a las dos de la madrugada; en esta mañana, decíamos,<br />

Luis XVI, en un traje violeta, llegó hasta las puertas de la cámara de la reina.<br />

Una dama del servicio entreabrió esta puerta, y reconociendo al rey, dijo:<br />

—Sire...<br />

—¿La reina? —preguntó Luis XVI.<br />

—Su Majestad duerme, Sire.<br />

El rey hizo un ademán como para alejar a la dama, pero ella no se movió.<br />

—Vamos —dijo el rey—, ¿no os movéis? Ved que quiero pasar.<br />

El rey, en algunos momentos, tenía tan vivos los ademanes que sus enemigos los<br />

traducían por brutales.<br />

—La reina descansa, Sire —objetó ella tímidamente.<br />

—Os digo que me dejéis pasar —exclamó el rey.<br />

Diciendo estas palabras apartó a la mujer y penetró en la otra cámara. Una vez hubo<br />

llegado a la puerta de la alcoba, el rey vio a mademoiselle de Misery, primera camarera<br />

de la reina, que leía la misa en su libro de horas, y la cual se puso en pie al ver al rey.<br />

—Sire —dijo en voz baja y con un profundo saludo—, Su Majestad no ha llamado<br />

todavía.<br />

—¿Todavía no? —preguntó el rey con ironía.<br />

—Sire, no son más que las seis y media, según creo, y Su Majestad nunca llama hasta<br />

las siete.<br />

—¿Y estáis segura de que la reina se encuentra en su lecho? ¿Estáis segura de que<br />

duerme?<br />

—Yo no diría, Sire, que Su Majestad duerme; pero estoy segura de que está en su lecho.<br />

—¿De verdad?<br />

—Sí, Sire.<br />

El rey no pudo contenerse más tiempo. Se dirigió a la puerta y levantó el pestillo dorado<br />

con brusca precipitación. La cámara de la reina estaba oscura como si fuera de noche,<br />

pues los postigos y cortinas estaban cuidadosamente cerrados.<br />

Una lamparilla sobre un velador en el ángulo más alejado del apartamento dejaba la<br />

alcoba de la reina bañada en la sombra y las grandes cortinas de seda blanca con flores<br />

de lis de oro colgaban en pliegues ondulantes sobre el lecho en desorden.<br />

El rey se dirigió rápidamente hacia el lecho.<br />

—¡Oh, madame de Misery! —gritó la reina—. ¡Qué ruido! Me habéis despertado.<br />

El rey se detuvo estupefacto.<br />

—No es madame de Misery —murmuró él.<br />

—Ah, ¿sois vos, Sire? —preguntó María Antonieta, incorporándose.<br />

—Buenos días, madame —articuló el rey con un tono agridulce.<br />

—¿Qué buen viento os trae, Sire? Madame de Misery, abrid las ventanas.<br />

Las azafatas entraron, y, según la costumbre a que las había habituado la reina, abrieron<br />

puertas y ventanas para que circulase el aire puro que María Antonieta respiraba con<br />

delicia cuando se despertaba.

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