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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Vamos, monsieur de Favras —dijo—, tendremos que ir encargando nuestras carrozas<br />

fúnebres.<br />

—Será inútil para vos, condesa —dijo De Cagliostro.<br />

—¿Por qué, monsieur?<br />

—Porque iréis al cadalso en una carreta.<br />

—¡Qué horror! —gritó madame du Barry—. ¡Oh, qué mal hombre, mariscal! Para otra<br />

vez escoged convidados con distinto humor, o no volveré más a vuestra casa.<br />

—Excusadme, madame —dijo De Cagliostro—, pero, lo mismo que los demás, vos lo<br />

habéis querido.<br />

—¿Yo como los demás? Por lo menos me concederéis tiempo para elegir a mi confesor.<br />

—Será un cuidado superfluo, condesa —dijo De Cagliostro.<br />

—¿Cómo es eso?<br />

—El último que subirá al cadalso con un confesor será...<br />

—¿Será? —preguntó todo el auditorio.<br />

—Será el rey de Francia.<br />

De Cagliostro pronunció estas palabras con una voz tan opaca y lúgubre, que pasó como<br />

un soplo de muerte sobre los asistentes y les heló el corazón.<br />

Siguió entonces un silencio de algunos minutos, durante el cual De Cagliostro rozó con<br />

sus labios el vaso de agua en el cual había leído sus sangrientas profecías, pero apenas<br />

lo tocó, una desgana invencible volvió a asaltarlo como si se tratase de un cáliz amargo.<br />

Mientras hacía ese movimiento, su mirada se detuvo sobre De Taverney.<br />

—¡No! —gritó éste, creyendo que iba a hablar—. No me digáis lo que me va a ocurrir.<br />

Yo no os lo he pedido.<br />

—Pues yo lo pido en su lugar —dijo Richelieu.<br />

—Vos, señor mariscal —dijo De Cagliostro—, tranquilizaos, porque sois el único de<br />

todos nosotros que morirá en una cama.<br />

—El café, señores —dijo el viejo mariscal, encantado con la predicción—, el café.<br />

Todos se levantaron. Pero antes de pasar al salón, el conde de Haga, aproximándose a<br />

De Cagliostro, dijo:<br />

—Monsieur, no pienso huir del destino, pero decidme de qué será preciso que<br />

desconfíe.<br />

—De un manguito, Sire.<br />

El conde de Haga se alejó.<br />

—¿Y yo? —interrogó De Condorcet.<br />

—De una tortilla.<br />

—Muy bien. Renuncio desde ahora a los huevos.<br />

Y se reunió con el conde.<br />

—Y yo —dijo De Favras—, ¿qué es lo que debo temer?<br />

—Una carta.<br />

—Gracias.<br />

—¿Y yo? —preguntó De Launay.<br />

—La prisión de la Bastilla.<br />

—Entonces me quedo tranquilo.<br />

Y se alejó riéndose de lo que acababa de oír.<br />

—Ahora yo, monsieur —dijo la condesa con cierta turbación.<br />

—Vos, mi bella condesa, desconfiad del lugar que ocupáis al lado de Luis XV.<br />

—¡Ay! —respondió la condesa—. Ya en una ocasión fui desterrada, y sufrí mucho.<br />

Sentí como si perdiese la cabeza.<br />

—Pues ese día también la perderéis, condesa, pero ya no la encontraréis.

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