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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¡Bondad del cielo! ¿Qué te pasa?— preguntó el joven a Andrea.<br />

—¡Algo muy feliz, muy feliz, hermano mío!<br />

—¿Y vuelves para anunciármelo?<br />

—¡Vuelvo para siempre!— exclamó la joven transportada por la dicha.<br />

—Más bajo, hermana mía, más bajo— rogó Felipe—. Hay alguien en el salón de al<br />

lado, alguien que puede oírte.<br />

—¿Alguien?— inquirió Andrea—. ¿Quién?<br />

—Escucha— contestó Felipe.<br />

—¡El señor conde de Charny!— anunció el criado al introducir a Oliverio en el salón<br />

grande a través del pequeño.<br />

—¡El, él!— exclamó Andrea redoblando las caricias a su hermano—. ¡Oh! Ya sé a qué<br />

viene aquí.<br />

—¿Eh?<br />

—Lo sé tan bien, que me estoy dando cuenta del desorden de mi tocado y como adivino<br />

que llegará el momento en que a mi vez tendré que entrar en el salón para oír yo misma<br />

lo que viene a decir el señor de Charny...<br />

—¿Hablas, seriamente, querida Andrea?<br />

—Escucha, escucha Felipe y déjame subir a mis habitaciones. La reina me ha traído<br />

algo deprisa y voy a cambiar mi vestido descuidado del convento por un vestido de...<br />

prometida.<br />

Y pronunciada esta palabra que dijo en voz baja a Felipe, acompañándola con un beso<br />

de alegría, Andrea, ligera y arrebatada, desapareció por la escalera que conducía a sus<br />

habitaciones. Felipe quedó solo y acercó la cara a la puerta que comunicaba al tocador<br />

con el salón. Escuchó.<br />

El conde de Charny había entrado. Recorría lentamente el vasto entarimado y más bien<br />

parecía meditar que esperar.<br />

El señor de Taverney padre, entró a su vez y fue a saludar al conde con una cortesía<br />

rebuscada.<br />

—¿A qué debo el honor de esta visita imprevista, señor conde? Creed que de todas<br />

formas me colma de alegría.<br />

—He venido vestido de ceremonia, como veis y os ruego que me perdonéis si no me<br />

acompaña mi tío, el señor bailío de Suffren, como hubiera debido ser.<br />

—¡Cómo! ¿Que os excuse, mi querido señor de Charny?— balbuceó el barón.<br />

—Esto era conveniente, bien lo sé, para la petición que me propongo haceros.<br />

—¿Una petición?<br />

—Tengo el honor— dijo Charny con voz emocionada— de pediros la mano de la<br />

señorita Andrea de Taverney, vuestra hija.<br />

El barón sufrió un sobresalto en su sillón. Abrió los ojos centelleantes, que parecían<br />

querer devorar las palabras pronunciadas por el conde de Charny.<br />

—¡Mi hija!...— murmuró—; ¿me pedís a Andrea en matrimonio?<br />

—Sí, señor barón, a no ser que la señorita de Taverney oponga algún reparo a esta<br />

unión.<br />

"¿Es tan grande ya el favor de Felipe, que uno de sus rivales quiere aprovecharse<br />

casándose con su hermana?— pensaba el anciano—. A fe mía, no está mal el paso,<br />

señor de Charny".<br />

Y añadió en voz alta con una sonrisa:<br />

—Esta elección es tan honorable para nuestra casa, señor conde, que por lo que a mí se<br />

refiere, consiento con alegría. Iré a avisar a mi hija.

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