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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¿A quién pertenecen, entonces?<br />

—A unos diez fiadores. Hemos adquirido las piedras acudiendo a varias firmas.<br />

Conseguimos una en Hamburgo, otra en Nápoles, otra en Buenos Aires, dos en Moscú...<br />

Nuestros fiadores esperan la venta del collar para que se les pague. El beneficio que<br />

obtendremos será nuestra única ganancia, pero, ¡ay!, monseñor, desde que ese<br />

desdichado collar está en venta, hace más de dos años, hemos perdido doscientas mil<br />

libras en intereses. Ved cuál ha sido nuestro beneficio.<br />

El cardenal le interrumpió, diciéndole:<br />

—¿Me dejáis que os diga que yo no he visto aún el famoso collar?<br />

—Es verdad, monseñor; aquí lo tenéis.<br />

Y Boehmer, con un cuidado y una lentitud que parecían un rito, exhibió el magnífico<br />

collar.<br />

—¡Soberbio! —exclamó el cardenal, acariciando suavemente los broches que debían<br />

cerrarse sobre el cuello de la reina.<br />

Luego, con la mayor sencillez, preguntó:<br />

—¿Trato hecho?<br />

—Sí, monseñor; iré en seguida a la embajada para anular el convenio.<br />

—No creía que actualmente hubiese embajador de Portugal en París.<br />

—Monsieur de Souza ha venido de incógnito.<br />

—Para tratar este asunto —dijo el cardenal riendo.<br />

—Sí, monseñor.<br />

—Pobre De Souza... Le conocí mucho. Pobre De Souza.<br />

El cardenal siguió riendo, y Boehmer creyó que debía asociarse a la alegría de su<br />

cliente, y uno y otro siguieron riendo como si acabasen de tramar una jugada contra<br />

Portugal, hasta que Boehmer, que quería pisar sobre seguro, preguntó:<br />

—Monseñor, ¿queréis decirme cómo se formalizará el acuerdo?<br />

—Como de costumbre.<br />

—¿Con el intendente de monseñor?<br />

—No, vos no negociaréis más que conmigo.<br />

—¿Cuándo?<br />

—A partir de mañana.<br />

—¿Las cien mil libras?<br />

—Las traeré mañana.<br />

—Bien, monseñor. ¿Y los documentos?<br />

—Los suscribiré aquí mañana.<br />

—Me parece lo mejor, monseñor.<br />

—Y puesto que sois un hombre que sabe guardar un secreto, monsieur Boehmer,<br />

acordaos de que tenéis en vuestras manos uno de los más importantes.<br />

—Me doy cuenta, y mereceré vuestra confianza, lo mismo que la de Su Majestad la<br />

reina.<br />

El cardenal casi se sonrojó, viéndosele algo turbado, pero íntimamente feliz, como<br />

quienquiera que se arruine cegado por su pasión.<br />

Al día siguiente, Boehmer se dirigió a la embajada de Portugal. En el momento en que<br />

iba a llamar, Beausire, el primer secretario, repasaba el rendimiento de cuentas de<br />

Ducorneau, el primer canciller, y don Manoel, o De Souza, el embajador, explicaba un<br />

nuevo plan de campaña a su socio, el ayuda de cámara.<br />

Después de la última visita de Boehmer a la calle de la Jussienne, el palacio había<br />

sufrido muchas transformaciones. El personal, trasladado, según ya hemos visto, en dos<br />

coches de posta, se había distribuido de acuerdo con lo que exigía el momento y

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