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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Claro, hace dos horas. Porque hace una hora o dos, ¿no es eso?, que debíais haber<br />

venido aquí, pero un accidente ajeno a vuestra voluntad os ha obligado a retrasaros.<br />

Felipe apretó los puños; sentía que aquel hombre adquiría una extraña influencia sobre<br />

él, pero el caballero, sin fijarse en el nerviosismo de Felipe, dijo:<br />

—Sentaos, monsieur de Taverney.<br />

Y acercó a Felipe un sillón, frente a la chimenea. —Este sillón se había puesto aquí para<br />

vos.<br />

—Dejémonos de bromas, señor conde —replicó Felipe con una voz que procuraba que<br />

fuese tan tranquila como la de su huésped, pero sin poder evitar un ligero temblor.<br />

—Yo no me burlo, monsieur; ya os he dicho que os esperaba.<br />

—Entonces, dejémonos de cuentos, monsieur; si sois adivino, yo no he venido para<br />

comprobar vuestra ciencia, y si lo sois, mejor para vos, porque ya sabéis lo que vengo a<br />

deciros y podéis poneros de antemano a salvo.<br />

—¿A salvo? —repuso el conde con una singular sonrisa—. ¿A salvo de qué, si os place<br />

decírmelo?<br />

—Adivinadlo, puesto que sois adivino.<br />

—Sea. Para complaceros, voy a exponer el motivo de vuestra visita: venís a promover<br />

querella.<br />

—¿Sabéis eso?<br />

—Sin duda.<br />

—¿Entonces sabéis por qué motivo? —exclamó Felipe.<br />

—Por causa de la reina. Y ahora, monsieur, vuestro turno. Continuad, os escucho.<br />

Estas últimas palabras fueron pronunciadas, no con el acento cortés del huésped, sino en<br />

el tono seco y frío del adversario.<br />

—Tenéis razón —dijo Felipe—. Y lo prefiero así.<br />

—De acuerdo.<br />

—Monsieur, existe cierto libelo...<br />

—Hay muchos libelos, monsieur.<br />

—Publicado por cierto gacetillero...<br />

—Hay muchos gacetilleros.<br />

—Esperad. Ese libelo... Ya nos ocuparemos del gacetillero después.<br />

—Permitidme que os diga —interrumpió De Cagliostro con una sonrisa— que vos ya os<br />

habéis ocupado de él.<br />

—Está bien; yo diría, pues, que hay un libelo contra la reina.<br />

De Cagliostro inclinó la cabeza.<br />

—¿Conocéis ese libelo?<br />

—Sí, monsieur.<br />

—¡Y habéis comprado mil ejemplares!<br />

—No lo niego.<br />

—Y estos mil ejemplares no han llegado, felizmente, a vuestras manos.<br />

—¿Qué os hace pensar eso, monsieur?<br />

—El haberme encontrado con el empleado que llevaba los paquetes, al que he pagado el<br />

importe y he dicho que los dejase en mi casa, y mi criado, que ya estaba avisado, los<br />

habrá recibido.<br />

—¿Por qué no lleváis vos mismo vuestros asuntos hasta el final?<br />

—¿Qué queréis decir?<br />

—Que entonces estarían mejor hechos.<br />

—No ha sido necesario, porque, mientras mi criado estaba ocupado en sustraer a vuestra<br />

singular bibliomanía esos mil ejemplares, yo me dedicaba a destruir el resto de la<br />

edición.

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