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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Los guardias habían recibido orden de dejar que se acercase a ella todo el mundo. Era<br />

domingo y Su Majestad, al despertarse, había dicho:<br />

—Hermoso día. La vida me parece hoy más grata.<br />

Parecía respirar con más deleite que ordinariamente, el perfume de sus flores favoritas.<br />

Mostróse magnánima al otorgar algún don y se apresuró además a ir a poner su alma<br />

bajo la protección de Dios.<br />

Oyó la misa sin la menor distracción. Jamás había inclinado tan profundamente su<br />

majestuosa cabeza.<br />

En tanto que ella rogaba con fervor, la multitud se agolpaba como otros domingos en el<br />

pasaje que conduce desde las habitaciones particulares a la capilla, e inclusive los<br />

peldaños de las escaleras estaban repletos de damas y gentileshombres.<br />

Entre las primeras brillaba, modesta pero elegantemente vestida, la señora de La Motte.<br />

En la doble hilera, formada por gentileshombres, se veía a la derecha, al señor de<br />

Charny, cumplimentado por numerosos amigos, que se interesaban por su curación, por<br />

su regreso y, sobre todo, por su cara radiante.<br />

El favor es un perfume sutil; se difunde con tal facilidad en el aire, que mucho antes de<br />

abrir la redoma que lo contiene, es adivinado por los peritos. Sólo hacía seis horas que<br />

Oliverio era el amigo de la reina, pero ya todo el mundo se llamaba amigo de Oliverio.<br />

Mientras él recibía todas las felicitaciones con la buena cara del hombre verdaderamente<br />

feliz, y veía que para testimoniarle mayor acatamiento y amistad, toda la hilera de la<br />

izquierda había pasado a la derecha, Oliverio, obligado a recorrer con la mirada el grupo<br />

que le rodeaba, divisó frente a él una cara cuya sombría palidez e inmovilidad le<br />

conmovieron en medio de su dicha.<br />

Reconoció a Felipe de Taverney vestido de uniforme y con la mano en la empuñadura<br />

de la espada.<br />

Desde las visitas de cortesía hechas por este último a la antesala de su adversario<br />

después del duelo; desde el secuestro de Charny por el doctor Luis, ninguna relación<br />

había existido entre los dos rivales.<br />

Charny, al ver a Felipe que le miraba tranquilamente, sin benevolencia ni amenaza,<br />

empezó por hacerle un saludo que aquél le devolvió desde lejos.<br />

—Perdón, caballeros—se excusó—, he de cumplir un deber de cortesía. Y atravesando<br />

el espacio comprendido entre la hilera derecha y la izquierda, se dirigió directamente<br />

hasta donde estaba Felipe, que no se movió en lo más mínimo.<br />

—Señor de Taverney— dijo saludándole más cortésmente que la primera vez—, os<br />

tenía que dar las gracias por el interés que demostrasteis por mi salud, pero he llegado<br />

ayer.<br />

Felipe se sonrojó y le miró; después bajó los ojos.<br />

—Mañana, caballero— prosiguió Charny—, tendré el honor de haceros una visita y<br />

espero que no me guardaréis rencor.<br />

—No os lo guardo, señor— contestó Felipe.<br />

Iba Oliverio a tender a Felipe la mano, cuando el tambor anunció la llegada de la reina.<br />

—He aquí la reina que llega, caballero— dijo lentamente Felipe sin corresponder al<br />

ademán amistoso de Charny.<br />

Y acentuó esta frase con una reverencia más melancólica que fría.<br />

Charny, algo sorprendido, se apresuró a reunirse con sus compañeros que se hallaban en<br />

la hilera derecha.<br />

Felipe permaneció en su sitio como si se hubiera hallado de centinela.<br />

Se acercaba la reina, se la vio sonreír a muchos, recoger u ordenar que se recogiesen las<br />

súplicas que se le presentaban. Había divisado a Charny y sin dejar de mirarle, con la

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