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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Felipe observaba la preocupación de la reina, y aunque no comprendiese el motivo,<br />

advertía cierta tensión.<br />

Nunca el que ama se equivoca sobre la impresión de los que ama, y adivinaba que la<br />

reina estaba impresionada por algún acontecimiento singular, misterioso, desconocido<br />

de todos, menos de ella y de Andrea.<br />

En efecto, la reina había perdido su naturalidad al taparse el rostro con su abanico, ella,<br />

que normalmente hacía bajar los ojos a todo el mundo.<br />

El joven se preguntaba la causa de la preocupación de Su Majestad y trataba de observar<br />

a De Coigny y De Vaudreuil para comprender si sabían el porqué de aquel misterio,<br />

pero los vio indiferentes y cumplimentando a monsieur de Haga, que acababa de llegar<br />

a Versalles. En ese momento un personaje con majestuoso hábito de cardenal entró,<br />

seguido de oficiales y de prelados, en el salón donde estaba la reina, quien reconoció a<br />

Louis de Rohan desde el otro extremo de la sala, y volvió la cabeza sin disimular su<br />

desdén.<br />

El prelado atravesó la estancia sin saludar a nadie, y fue derecho a la reina, ante la cual<br />

se inclinó más a modo de hombre de mundo que saluda a una mujer que de vasallo que<br />

saluda a una reina.<br />

Después dirigió un cumplido muy galante a Su Majestad, quien apenas volvió la cabeza,<br />

murmurando dos o tres frías palabras, y reanudó su conversación con las señoritas de<br />

Lamballe y de Polignac.<br />

El príncipe Louis no pareció que notase la desdeñosa acogida de la reina. Después de<br />

sus reverencias sin precipitación y con la discreción de un consumado cortesano, se<br />

dirigió a sus altezas las tías del rey, a las que entretuvo un buen rato, pues en virtud del<br />

juego de balanza, habitual uso en la corte, en ellas hallaba una acogida tan benévola<br />

como había sido glacial la de la reina.<br />

El cardenal de Rohan era un hombre en la plenitud de la edad, con una imponente figura<br />

y un noble aspecto; sus rasgos respiraban inteligencia y dulzura e indistintamente se<br />

veía al hombre mundano y al hombre de estudio; y acosado por las mujeres que amaban<br />

la galantería discreta. Se hablaba de su magnificencia, pero él se creía pobre porque su<br />

renta no rebasaba las seiscientas mil libras.<br />

El rey le quería porque era sabio, y la reina, por el contrario, le despreciaba. Las razones<br />

de ese odio no se conocen, pero existen dos versiones. Una de ellas sostenía que en su<br />

condición de embajador de Viena el príncipe Louis había escrito al rey Luis XV sobre<br />

María Teresa unas cartas extremadamente insidiosas que María Antonieta no le perdonó<br />

nunca.<br />

La otra versión era más humana, y sobre todo más verosímil. El embajador, a propósito<br />

del matrimonio de la joven archiduquesa con el delfín, escribió al rey Luis XV que en<br />

una cena en casa de madame du Barry había leído a los comensales una carta llena de<br />

inconveniencias respecto a la futura reina de Francia, con alusiones a su delgadez, tan<br />

acusada.<br />

Estos ataques hirieron vivamente a María Antonieta, que no pudiendo darse por aludida,<br />

se prometió castigar tarde o temprano al autor, convencida de que en el fondo allí no<br />

había más que una intriga política.<br />

De la embajada de Viena se había desposeído a monsieur de Breteuil en beneficio de<br />

monsieur de Rohan.<br />

Breteuil, demasiado hábil para luchar abiertamente contra el príncipe, empleó lo que en<br />

diplomacia se llama mano izquierda, procurándose las copias e incluso los originales de<br />

las cartas del prelado entonces embajador, y contrarrestando los servicios reales<br />

prestados por el diplomático con la pequeña hostilidad que éste ejercía contra la familia<br />

imperial austriaca, había encontrado en la delfina una auxiliar decidida a perder al

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