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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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XLV<br />

DON<strong>DE</strong> MA<strong>DE</strong>MOIS<strong>EL</strong>LE OLIVE COMIENZA A PREGUNTARSE<br />

QUE SE QUIERE HACER CON <strong>EL</strong><strong>LA</strong><br />

Si Beausire hubiera querido confiar en sus ojos, que eran excelentes, en lugar de hacer<br />

trabajar su imaginación, que todo lo confundía, se habría librado de muchos disgustos y<br />

muchas decepciones.<br />

En efecto, era Olive a quien había visto en la carroza, sentada al lado de un hombre al<br />

cual no reconoció porque sólo le miró una vez, pero al que habría reconocido si le<br />

hubiese mirado dos veces. Era Olive, que por la mañana había ido a pasear como de<br />

costumbre por el jardín del Luxemburgo y que, en lugar de regresar a las dos para<br />

comer, encontró y habló con el extraño individuo que conoció el día del baile de la<br />

Ópera.<br />

En efecto, en el momento en que pagaba su silla de manos para regresar y sonreía al<br />

dueño del café del jardín, del que era una cliente asidua, De Cagliostro, apareciendo por<br />

una de las avenidas, llegó hasta ella y la cogió del brazo, preguntándole, sin hacer caso<br />

de la exclamación de ella:<br />

—¿Adonde vais?<br />

—A la calle Dauphine, a mi casa.<br />

—Eso satisfará el deseo de la gente que os espera —repuso el desconocido.<br />

—Gente que me espera... ¿Por qué, si nadie me espera?<br />

—Ya lo creo; quizá unos doce visitantes.<br />

—¿Doce visitantes? —preguntó Olive riendo—. ¿Por qué no un regimiento?<br />

—Os aseguro que si hubiera sido posible enviar un regimiento a la calle Dauphine, lo<br />

enviarían.<br />

—Me asombráis.<br />

—Y os asombraréis más todavía si os dejo ir a la calle Dauphine.<br />

—¿Por qué?<br />

—Porque os detendrán, querida mía.<br />

—¿Detenida yo?<br />

—Vos. Los doce señores que os esperan son arqueros enviados por De Crosne.<br />

Olive se estremeció; ciertas personas tienen siempre miedo de ciertas cosas. Sin<br />

embargo, se rehízo una vez meditó en su conducta y en sus circunstancias.<br />

—Pero si yo no he hecho nada. ¿Por qué me tienen que detener?<br />

—¿Por qué se detiene a una mujer? Por intrigas, por suposiciones.<br />

—Yo no he intrigado contra nadie.<br />

—¿No habéis tomado parte en algo?<br />

—Si no os explicáis mejor...<br />

—Sin duda hay una equivocación al decidir deteneros, pero lo intentan. ¿Nos vamos,<br />

entonces, a la calle Dauphine?<br />

Olive se detuvo, pálida y turbada.<br />

—Jugáis conmigo como un gato con un humilde ratón. Si sabéis algo, decídmelo. ¿No<br />

es a Beausire a quien se busca?<br />

Olive miró a De Cagliostro suplicándole.<br />

—Quizá sí. Sospecho que tiene la conciencia mucho menos limpia que vos.<br />

—¡Pobre Beausire!<br />

—Compadecedle, pero si está preso, no le imitéis dejándoos prender.<br />

—¿Pero qué interés tenéis vos en protegerme? ¿Qué os guía al ocuparos de mí? No es<br />

natural que un hombre como vos...

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