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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—También se los he ofrecido.<br />

—Y...<br />

—No ha querido ni escuchar.<br />

—No hay más que un medio, entonces.<br />

—¿Cuál?<br />

—Voy a hacer ruido.<br />

—Vos no iréis a comprometerme, querido Charles; os lo suplico.<br />

—Yo no quiero comprometeros por nada del mundo.<br />

—¡Oh...!<br />

—Poneos a resguardo. Yo golpearé como un sordo, gritaré como un ciego, terminará<br />

por abrirme y pasaréis delante de mí.<br />

El príncipe llamó de nuevo a Laurent, después gritó, después hizo tal ruido con el puño<br />

de la espada que el suizo le gritó enfurecido:<br />

—¡Eh! ¿Qué es eso? ¡Llamaré a un oficial!<br />

—¡Pardiez, llámale, idiota! Es lo que yo pido desde hace un cuarto de hora.<br />

Después se oyó el paso de otro, al lado de la puerta. La reina y su amiga se colocaron<br />

detrás del conde de Artois, prestas a aprovechar el pasadizo que, según parecía, iba a<br />

abrirse.<br />

Se oyó al suizo explicar la causa del ruido.<br />

—Mi teniente, son dos damas con un hombre; acaban de llamarme pobre diablo.<br />

Quieren entrar a la fuerza.<br />

—¿Qué tiene de asombroso que nosotros queramos entrar si somos del castillo?<br />

—Eso es, quizá, un deseo natural, monsieur, pero se nos ha prohibido abrir la puerta —<br />

replicó el oficial.<br />

—¿Prohibido? ¿Y por quién, pardiez?<br />

—Por el rey.<br />

—Perdonadme, pero el rey no puede querer que un oficial del castillo duerma fuera.<br />

—Monsieur, no soy yo quien debe juzgar las decisiones del rey; sólo debo hacer lo que<br />

el rey me ordena.<br />

—Por favor, teniente: abrid un poco la puerta, para que charlemos mejor y no a través<br />

de la madera.<br />

—Monsieur, os repito que mi consigna es tener la puerta cerrada, y si sois, como decís,<br />

oficial, debéis saber lo que es una consigna.<br />

—Teniente, habláis al coronel de un regimiento.<br />

—Mi coronel, excusadme, pero mi consigna es formal.<br />

—La consigna no está hecha para un príncipe. Sabed que un príncipe no se acuesta<br />

fuera. Y yo soy príncipe.<br />

—Alteza, creed en mi desesperación, pero hay una orden del rey.<br />

—¿El rey os ha ordenado tratar a su hermano como un mendigo o un ladrón? Yo soy el<br />

conde de Artois. Arriesgáis mucho dejándome helar en la puerta.<br />

—Monseñor conde de Artois —dijo el teniente—, Dios es testigo de que daría toda mi<br />

sangre por vuestra Alteza Real, pero el rey me ha hecho el honor de decirme, además de<br />

confiarme la guardia de esta puerta, que no le abra a nadie, ni siquiera a él, al rey, que se<br />

presente después de las once. Así, monseñor, os pido perdón con toda humildad, pero<br />

soy un soldado, y aun cuando viese en vuestro lugar a Su Majestad la reina transida de<br />

frío, yo le respondería a Su Majestad lo que acabo de tener el dolor de responderos.<br />

Dicho esto, el oficial murmuró buenas noches, más afectuoso, y se volvió lentamente a<br />

su puesto.

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