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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Sabéis que soy sincero y que confieso siempre mis errores. ¿Queréis probarme,<br />

madame, que tenéis razón al partir de Versalles en trineo con unos gentileshombres por<br />

toda compañía? «Loco séquito que os compromete dadas las circunstancias en que<br />

vivimos.» ¿Queréis probarme que tenéis razón de desaparecer con ellos en París, como<br />

máscaras en un baile, y de no aparecer hasta la noche, escandalosamente tarde, mientras<br />

que mi lámpara se ha agotado en el trabajo y cuando todo el mundo duerme? Habéis<br />

hablado de la dignidad del matrimonio, de la majestad del trono y de vuestra calidad de<br />

madre. ¿Es de una esposa, es de una reina, es de una madre lo que acabáis de hacer?<br />

—Os voy a responder en dos palabras, monsieur, y os diré ante todo que os responderé<br />

todavía más desdeñosamente que lo he hecho hasta ahora, porque me parece que ciertas<br />

partes de vuestra acusación no merecen más que mi desprecio. Yo he abandonado<br />

Versalles en trineo para llegar más rápido a París; yo he salido con mademoiselle de<br />

Taverney, la cual, a Dios gracias, posee una de las reputaciones más puras de la corte, y<br />

he ido a París a verificar por mí misma que el rey de Francia, este padre de la gran<br />

familia, este rey filósofo, este sostén moral de todas las conciencias, el que ha<br />

alimentado a los pobres extranjeros, calentado a los mendigos y merecido el amor del<br />

pueblo por su beneficencia; he querido verificar, digo, que el rey dejaba morir de<br />

hambre, hundirse en el olvido, expuesta a todos los ataques del vicio y de la miseria, a<br />

alguien de su familia, un descendiente de uno de los reyes que han gobernado a Francia.<br />

—¡Yo! —exclamó el rey sorprendido.<br />

—He subido —continuó la reina— a una especie de buhardilla y he visto sin fuego, sin<br />

luz y sin dinero a la nieta de un gran príncipe; yo he dado cien luises a esta víctima del<br />

olvido, de la negligencia real. Y como se me hizo tarde reflexionando en la nada de<br />

nuestras grandezas, porque yo también a veces soy filósofo; como la helada era tan<br />

fuerte y por la helada los caballos caminaban mal, y sobre todo los caballos del coche de<br />

alquiler...<br />

—¡Los caballos del coche de alquiler! —gritó el rey—. ¿Vos habéis vuelto en coche de<br />

alquiler?<br />

—Sí, Sire; en el número 107.<br />

—¡Oh! —murmuró el rey balanceando su pierna derecha montada sobre la izquierda, lo<br />

que en él era síntoma de impaciencia—. En coche de alquiler...<br />

—Sí, y con la suerte de haber encontrado siquiera ese coche —repuso la reina.<br />

—Madame —interrumpió el rey—, vos habéis obrado bien, tenéis siempre nobles<br />

inspiraciones, tomadas quizá a la ligera, pero la falta está en esa impetuosa generosidad<br />

que os distingue.<br />

—Gracias, Sire —respondió la reina con ironía.<br />

—Pensad —continuó el rey— que yo no he sospechado nada que no fuera<br />

completamente recto y honesto; la marcha sola y la aventurada ida de la reina a París me<br />

ha desagradado; habéis hecho el bien como siempre, pero haciendo el bien a los demás<br />

habéis encontrado el medio de haceros mal a vos. He aquí lo que yo os reprocho. Ahora<br />

he de reparar algún olvido, he de velar por la suerte de unos descendientes de reyes.<br />

Estoy pronto a ello: denunciadme esos infortunios, y mis favores no se harán esperar.<br />

—El nombre de Valois, Sire, creo que es bastante ilustre para que vos lo tengáis<br />

presente en la memoria.<br />

—¡Ah! —exclamó Luis XVI con una carcajada—. Ya sé ahora lo que os preocupa. La<br />

pequeña Valois, ¿no es eso? Una condesa de... esperad... de... Justo, De la Motte. ¿Su<br />

marido es gendarme?<br />

—Sí, Sire.

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