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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Y bien— dijo el rey interesado paulatinamente como cuando la duda va<br />

convirtiéndose en certeza.<br />

—Pues bien, señor, aquí empieza la historia que mi celo me obliga a contar a Vuestra<br />

Majestad.<br />

—¡Qué! ¿Decís que la historia comienza aquí? ¿Qué ha ocurrido, entonces, Dios<br />

mío?— exclamó el rey.<br />

—Sire, se dice que la reina se dirigió a determinada persona para disponer de dinero.<br />

—¿A quién? A un judío, ¿verdad?<br />

—No, Majestad.<br />

—¡Dios mío! Decís esto con un aire extraño, Breteuil. Vamos, ya lo adivino, una intriga<br />

extranjera, la reina habrá pedido dinero a su hermano, a su familia. Está el de Austria en<br />

todo esto. Ya se sabe hasta qué punto se mostraba susceptible el rey a propósito de la<br />

corte de Viena.<br />

—Ojalá hubiera sido así— contestó el señor de Breteuil.<br />

—¡Cómo! ¿A quién, pues, ha podido pedir la reina ese dinero?<br />

—Sire, no me atrevo...<br />

—Me sorprendéis, caballero— dijo el rey levantando la cabeza y adoptando de nuevo<br />

una actitud firme— Hablad inmediatamente y nombradme al prestamista del dinero.<br />

—El señor de Rohan, sire.<br />

—¿No os ruborizáis al nombrar al señor de Rohan, el hombre más arruinado del reino?<br />

—Majestad...— aventuró el señor de Breteuil bajando la mirada.<br />

—He aquí un aire que me disgusta— añadió el rey— y os debéis explicar pronto, señor<br />

guardasellos.<br />

—No, sire; por nada del mundo, teniendo en cuenta que nada me puede obligar a que<br />

pronuncie una palabra comprometedora para el honor de mi rey y de mi soberana.<br />

El rey frunció el ceño.<br />

—Descendemos mucho, señor de Breteuil— dijo—; esta relación policíaca está<br />

impregnada de emanaciones pestilentes de la sentina de donde surge.<br />

—Toda calumnia emana miasmas mortales, sire, y he aquí por qué es necesario que los<br />

reyes realicen una acción purificadora acudiendo a los grandes remedios, si quieren<br />

evitar que ese veneno empañe el brillo de su trono.<br />

—¡El señor de Rohan!— murmuró el rey—. Pero, ¿es verosímil?... ¿El cardenal deja<br />

decir...?<br />

—Vuestra Majestad se convencerá, de que el señor de Rohan ha estado en<br />

negociaciones con los joyeros Boehmer, y Bossange; que el asunto de la venta ha sido<br />

arreglado por él, que estipuló las condiciones del pago.<br />

—¿De veras?— exclamó el rey turbado por la cólera y los celos.<br />

—Es un hecho que el más sencillo interrogatorio demostrará. Os aseguro, sire, que así<br />

ocurrirá.<br />

—¿Me lo aseguráis?<br />

—Bajo mi responsabilidad, sire, y sin la menor reserva.<br />

El rey empezó a dar grandes pasos por su gabinete.<br />

—Cosas muy graves son éstas, ciertamente. Mas no veo todavía en todo esto el robo de<br />

que me hablabais.<br />

—Sire, los joyeros dicen tener de la reina un recibo firmado según el cual posee el<br />

collar.<br />

—¡Ah!— exclamó el rey animado por un rayo de esperanza—. ¡Ella niega! Ya veis,<br />

pues, que niega, Breteuil.<br />

—Sire, yo no he dejado creer a Vuestra Majestad en ningún momento que no estuviese<br />

seguro de la inocencia de la reina. ¡Yo me haría digno de lástima si Vuestra Majestad no

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