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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Entonces, mi querido monsieur, si queréis implantar la igualdad, debisteis decidir que<br />

desempeñase cada uno el papel de embajador. Quizá habría sido menos verosímil a los<br />

ojos del público, pero los asociados se hubieran sentido seguros. ¿No es así?<br />

—Y primero —interrumpió Beausire—, señor comendador, vos no obráis como buen<br />

camarada. ¿Es que monsieur don Manuel no tiene un privilegio irrefutable, el de la<br />

invención?<br />

—Eso, eso —dijo el embajador—. Y Beausire lo comparte conmigo.<br />

—Bah, bah, bah... —repuso el comendador—. Una vez que un negocio está en marcha,<br />

se dejan de lado los privilegios.<br />

—De acuerdo, pero se continúa prestando atención a los procedimientos —dijo<br />

Beausire.<br />

—Yo no vengo por mí solo a hacer esta reclamación —murmuró el comendador, un<br />

poco turbado—. Nuestros camaradas piensan como yo.<br />

—Están equivocados —aseguró el portugués.<br />

—Están equivocados —repitió Beausire.<br />

—Yo sí que estoy equivocado —replicó el comendador— al pretender que Beausire me<br />

dé la razón. El secretario tiene que estar de acuerdo con el embajador.<br />

—Señor comendador —repuso Beausire con una frialdad asombrosa—, vos sois un<br />

granuja a quien cortaría las orejas si tuvierais todavía orejas, pero os las han recortado<br />

demasiadas veces.<br />

—¿Qué es lo que queréis? —preguntó el comendador irguiéndose.<br />

—Nosotros estamos en el gabinete del señor embajador, y podemos tratar el asunto<br />

pacíficamente. ¿Por qué venís a insultarme diciendo que yo me entiendo con Su<br />

Excelencia?<br />

—Y también me habéis insultado a mí —dijo desdeñosamente el portugués, acudiendo<br />

en ayuda de Beausire.<br />

—Tenéis que darnos razón de ello, señor comendador.<br />

—Yo no soy un Fierabrás —gruñó el ayuda de cámara.<br />

—Ya lo veo —confirmó Beausire—. Y el resultado serán unos cuantos guantazos,<br />

comendador.<br />

—¡Socorro! —gritó el comendador al verse sujeto por el amante de Olive y casi<br />

estrangulado por el portugués.<br />

Pero en el momento en que los dos jefes iban a tomarse la justicia por su mano, la<br />

campanilla de abajo advirtió que había visita.<br />

—Dejémosle —dijo el embajador.<br />

—Y que atienda su trabajo —dijo el primer secretario.<br />

—Los camaradas sabrán esto —replicó el comendador componiéndose el vestido.<br />

—Decidles lo que queráis; nosotros sabemos lo que responderemos.<br />

—¡Monsieur Boehmer! —gritó desde abajo el suizo.<br />

—Todo se va a arreglar, querido comendador —dijo Beausire, soplando cordialmente el<br />

cogote de su adversario.<br />

—Ya no tendremos más disputas sobre las cien mil libras, puesto que van a desaparecer<br />

con Boehmer. Vamos, desempeñad vuestro papel, señor ayuda de cámara.<br />

El comendador salió gruñendo, y recobró su aire humilde para introducir<br />

convenientemente al joyero de la corona.<br />

En este intervalo, antes de que entrase Boehmer, Beausire y el portugués cambiaron una<br />

segunda mirada tan significativa como la primera.<br />

Boehmer entró seguido de Bossange. Los dos tenían una apariencia humilde y recelosa,<br />

respecto a la cual los finos observadores de la embajada no se engañaron.

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