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RUPTURA | Una Revista Interdisciplinaria de Análisis Jurídico 9
ella y que las palabras restantes se emplean en sentido no metafórico. Avanzaré por esta
vía formulando dos observaciones 9 .
2.2. Primera observación. Hemos de admitir que un hablante que use la frase en cuestión
pretende decir algo acerca de los derechos, pero que, en lugar de decirlo directamente,
prefiere utilizar una expresión que, estrictamente hablando, significa otra cosa. El oyente
perspicaz, sin embargo, puede detectar lo que el hablante parece sugerir con la expresión.
Así, la expresión metafórica (llamémosle «M») actúa como sustituta de otra expresión literal
(llamémosle «L»), que habría expresado idéntico o muy similar sentido, si se hubiese
utilizado en lugar de aquélla. Desde este punto de vista, el significado de M en su aparición
metafórica es equivalente al sentido literal de L, lo cual supone que el uso metafórico de
una expresión como la considerada consiste en el uso de una expresión en un sentido distinto
del suyo propio o normal, y ello en un contexto que permite detectar y transformar de
un modo adecuado aquel sentido impropio o anormal. La metáfora considerada transfiere,
en suma, un nombre o término descriptivo («peso») a un objeto distinto de aquel al que es
aplicable de modo propio, pero análogo a él. De acuerdo con este análisis, la metáfora sirve
para la comunicación de un significado que podría haberse expresado de modo literal: el
autor sustituye L por M, y la tarea del lector consiste en invertir la sustitución, sirviéndose
del significado literal de M como indicio para ello. Cualesquiera que sean las virtudes de
semejante estrategia teórica, parece fácil concluir que la metáfora opera, en realidad, en
este caso, como un mero adorno expositivo, adorno cuyo empleo apartaría al interlocutor
del estilo directo y claro. Consiguientemente, me inclino a creer que la metáfora del balance
no debería ocupar un lugar serio en el debate teórico acerca de los derechos.
2.3. Segunda observación. La metáfora es un caso particular de lenguaje figurado. Desde
este punto de vista, la metáfora opera sobre la base de cierta transformación de un significado
literal: el autor no transmite el significado que pretende transmitir, sino una función
de él, y la tarea del lector consiste en aplicar la función inversa para obtener el significado
original. La función transformadora de la metáfora se basa, precisamente, en una analogía o
semejanza: M es semejante o análogo a L, y una vez que el lector ha descubierto el fundamento
de la analogía o semejanza, puede recorrer el camino seguido por el autor y llegar al
significado literal de partida. Cuando la metáfora consiste en la presentación de una analogía
o semejanza subyacente, exige, pues, un proceso comparativo.
Desde este punto de vista, la metáfora exhibe una vaguedad tal que la ubica al borde
de la vacuidad. Se supone que cierta expresión, en su uso metafórico, puede funcionar en
lugar de una determinada expresión literal, de la cual constituye, según se pretende, un
sinónimo aproximado de ella, sobre la base de que es objetivamente semejante a lo representado.
La pretendida objetividad de las semejanzas, sin embargo, dista mucho de ser
habitualmente clara e incuestionable, y, a medida que nos acercamos a tales semejanzas,
las expresiones metafóricas pierden su eficacia y su razón de ser. Así, las metáforas sólo
parecen necesarias en el vocabulario filosófico en los casos en que esté descartada la precisión.
Como éste no parece ser el caso, la metáfora del balance de los derechos no resulta
necesaria.
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Black 1966, 38-47.