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All ' estero<br />
público ha desaprendido lo que es actuar. En tiempos, a la hora del<br />
anochecer, los carruajes bajaban por aquí, pasando por la calle ancha,<br />
hasta llegar a la Porta Nuova, salían por la puerta de la ciudad y<br />
se dirigían en dirección oeste, bajo los árboles de la explanada<br />
contigua, hasta que se hacía de noche. Entonces todo se volvía del<br />
revés. Una parte iba a las iglesias, para rezar el Ave Maria della Sera,<br />
y otra se detenía aquí, en la Piazza Bra, donde los caballeros se acercaban<br />
a los carruajes para hablar con las damas, a menudo hasta bien<br />
avanzada la oscuridad. Eso de acercarse a los carruajes se ha<br />
acabado. Lo mismo sucede con la ópera. Los festivales son una parodia.<br />
Por eso me siento incapaz de ir al teatro una noche así, aunque<br />
para mí la ópera, como usted bien sabe, lo significa todo. Llevo<br />
trabajando en esta ciudad ya más de treinta años, dijo Salvatore, y ni<br />
siquiera una vez he ido al teatro a ver una representación. Me quedo<br />
sentado aquí fuera, en la Piazza Bra, donde es imposible oír tan sólo<br />
una nota de la ópera. Ningún eco de la orquesta, del coro, de las<br />
voces de los cantantes. Ni un solo sonido. En cierto modo es-cucho<br />
una ópera silenciosa. La spettacolosa Aida, una noche fantástica en el<br />
Nilo, como si fuera una película de cine mudo de la época anterior a<br />
la Gran Guerra. ¿Sabía usted, continuó Salvatore, que los decorados<br />
y los trajes para la Aida que hoy ponen en el teatro son imitaciones<br />
exactas de la decoración que diseñaron Ettore Fagiuoli y Auguste<br />
Mariette en el año 1913 para la inauguración de los festivales? Uno<br />
puede figurarse que el tiempo no ha transcurrido, aunque la historia<br />
se apresure al encuentro de su final. De hecho a veces me siento<br />
como si toda la sociedad continuase aún sentada en la ópera de El<br />
Cairo para conmemorar el progreso incontenible. Nochebuena de<br />
1871. Por vez primera resuena la obertura de Aida. Con cada uno de<br />
los compases se inclina un poco más el plano en declive del patio de<br />
butacas. Por el canal de Suez se desliza el primer barco. De pie, en el<br />
puente, se yergue una figura inmóvil, con uniforme blanco de<br />
almirante, que sostiene un catalejo orientado al desierto. Volverás a<br />
ver los bosques, reza la promesa de Amanoro-<br />
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