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Leer - IES Celestí Bellera

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All ' estero<br />

gros, y así tal vez poder escribir algo de todo ello. El tren nocturno<br />

de Viena a Venecia, en el que a finales de octubre del año ochenta<br />

casi no había visto a ningún ser humano más que a una maestra de<br />

escuela neozelandesa, estaba ahora, en plenos meses vacacionales,<br />

de tal modo abarrotado que tuve que quedarme todo el viaje de pie,<br />

afuera, en el pasillo, o bien estar en cuclillas, adoptando diferentes<br />

posturas, extremadamente incómodas, entre las maletas y las mochilas<br />

que se apilaban por doquier, lo que trajo consigo que, en vez<br />

de en el sueño, me sumiera en mis recuerdos. Para ser más exactos<br />

mis pensamientos, o por lo menos así me lo parecía, se elevaban hacia<br />

el interior de algún espacio de fuera de mí mismo cobrando más y más<br />

altura, y después, cuando ya habían alcanzado una altura determinada,<br />

fluían desde este espacio en el que se estancaban hacia mi<br />

interior, como agua por encima de una presa. El tiempo que trabajaba<br />

en mis notas transcurría más rápido de lo que yo había tenido<br />

nunca por posible, y no volví a tomar conciencia de la realidad hasta<br />

que el tren, rodando desde Mestre con lentitud sobre el dique del<br />

ferrocarril, cruzó la laguna que reposa a izquierda y a derecha en el<br />

fulgor de la noche. Fui uno de los últimos que se desmontó en Santa<br />

Lucia y, con mi bolsa de viaje de lino azul al hombro, como siempre,<br />

bajé por el andén hasta el vestíbulo, en donde acampaba una<br />

verdadera legión de turistas con sus sacos de dormir tendidos sobre<br />

esterillas de paja, echados muy juntos los unos de los otros, como<br />

sólo es habitual en un pueblo extranjero de camino por el desierto.<br />

También fuera, en la plaza que había delante, había un sinnúmero de<br />

chicos y chicas jóvenes tumbados en grupos, en parejas o solos,<br />

sobre los escalones y por todas las inmediaciones. Me senté abajo, a<br />

las orillas del Riva, y volví a sacar mis cosas de escribir, el lapicero y<br />

el bonito papel lineado. Sobre los tejados y cúpulas del este de la<br />

ciudad ya ascendía el resplandor rojizo de la mañana. Aquí y allá se<br />

movían algunos de los durmientes que habían pasado la noche en el<br />

campo raso, se incorporaban un poquito y comenzaban a sacar sus<br />

cuatro cosas, algo para comer o para beber, y<br />

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