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Leer - IES Celestí Bellera

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Vértigo<br />

la gente, en la calle, se queda parada, siguiéndole con la mirada, como<br />

si quisiera decir, por fin ha llegado ya.<br />

En el hotel se tumba en la cama, con las manos cruzadas detrás de<br />

la cabeza, mirando el techo. Desde fuera, por entre las cortinas<br />

agitadas por una corriente de aire, en la habitación se introducen gritos<br />

aislados, mecidos por el viento. El Dr. K. sabe que en esta ciudad hay<br />

un ángel de bronce que acaba con la vida de los viajeros procedentes<br />

del norte y ansía marcharse con todas sus fuerzas. En el límite entre un<br />

cansancio rumoroso y la somnolencia, vaga por las callejuelas del<br />

barrio del puerto sintiendo bajo la piel qué sucede cuando él, un<br />

hombre libre, esperando en el borde de la acera, se queda suspendido<br />

un palmo por encima del suelo. Los reflejos de luz que giran en el techo<br />

de la habitación denotan que a cada momento éste va a ser atravesado<br />

por una brecha, que algo se va a abrir de forma repentina. Ya va<br />

cayendo el enfoscado y en una nube de polvo de escayola,<br />

relumbrando en la penumbra con lentitud, desciende, en telas azulinas<br />

y violáceas, una figura envuelta en cordones dorados sobre unas alas<br />

grandes, blancas, de brillo sedoso, y con la espada extendida,<br />

empuñada en un brazo alzado. Así que es un ángel de verdad, pensó el<br />

Dr. K. cuando volvió a recobrar el aliento, durante todo el día vuela a<br />

mi encuentro y yo, en mi incredulidad, no me doy cuenta. Ahora mismo<br />

me va a hablar, pensó bajando la mirada. Cuando la volvió a elevar, el<br />

ángel aún seguía allí, suspendido a bastante distancia del techo que se<br />

había vuelto a cerrar, sin embargo no era un ángel vivo sino solamente<br />

una figura de madera pintada de un espolón, como las que cuelgan de<br />

los techos en las tabernas de los marineros. La empuñadura de la<br />

espada estaba dispuesta de forma que pudiera sostener velas y recoger<br />

el sebo que se deslizara.<br />

A la mañana siguiente el Dr. K. cruzó el Adriático con un tiempo<br />

ligeramente tormentoso y mortificado por una leve sensación de<br />

mareo. Aún mucho tiempo después de haber llegado a Venecia, de<br />

haber arribado a tierra firme, si se puede llamar así, las olas continúan<br />

derramándose por su cuerpo. En el hotel Sandwirth, donde se<br />

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