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Il ritorno in patria<br />
Piazolo se inclinó de nuevo sobre el cazador, fascinado, parecía, por el<br />
hecho de que los copos de nieve permanecieran en su rostro sin<br />
disolverse. Después cubrió cuidadosamente el cuerpo inmóvil con la<br />
manta de montar, y al mismo tiempo, impelido por sólo Dios sabe<br />
qué mínima vibración, el reloj de repetición, que estaba en el bolsillo<br />
del chaleco o en el bolsillo del pantalón del cazador, hizo sonar un<br />
par de compases de la canción «Practica la fidelidad y la honradez».<br />
Los hombres se miraron con un gesto de pesadumbre. El doctor<br />
Piazolo sacudió la cabeza y montó en su máquina. El trineo volvió a<br />
ponerse en movimiento y yo, de quien nadie se había percatado,<br />
reanudé la marcha para cubrir el último tramo del camino a casa. El<br />
cadáver de Schlag, el cazador, que, según he sabido entretanto, no<br />
tenía familiares de ninguna clase, fue sometido a una autopsia en el<br />
hospital del distrito, la cual, más allá de la causa de muerte<br />
confirmada por el doctor Piazolo, no arrojó ninguna aclaración<br />
nueva a no ser un detalle calificado de algo curioso, a saber, que la<br />
parte superior del brazo izquierdo del muerto, como se deduce del<br />
informe de la autopsia, tenía tatuada una barca.<br />
Pocos días después del encuentro con Schlag, el cazador muerto,<br />
es decir, cerca del Adviento, me vi aquejado de una grave enfermedad<br />
de la que el doctor Piazolo y el médico especialista al que<br />
consultó dijeron que era difteria. Con la faringe dolorida, más adelante<br />
lastimada y por último completamente abierta por dentro, yacía<br />
en mí cama terriblemente mortificado cada pocos minutos por<br />
una fuerte tos que me descomponía el pecho y el cuerpo entero. Una<br />
vez que la enfermedad hubo arraigado, mis miembros tenían una<br />
pesadez tal, para mí incomprensible, que no podía levantar la cabeza,<br />
las piernas o los brazos, ni siquiera la manos. En las cavidades de mi<br />
cuerpo había tanta presión como si mis órganos fuesen estirados por<br />
una prensa. Varias veces me hizo estremecer la idea de que el herrero<br />
sostenía mi corazón recién sacado de la fragua, incandescente,<br />
circundado por llamas azulinas, como un cercado ardiendo, para<br />
introducirlo con unas tenazas de hierro en el agua gé-<br />
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