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Vértigo<br />
de las patatas que se pudrían en el suelo, y de las grosellas de las que<br />
por tercer año consecutivo no habían podido sacar nada, del saúco<br />
que este año no había florecido hasta principios de agosto y que estando<br />
aún en flor se había echado a perder por la lluvia, y de que, en<br />
muchos kilómetros a la redonda, no se había podido cosechar una<br />
sola manzana comestible. Conforme seguían discutiendo los efectos<br />
de un clima evidentemente menos favorable con el paso del tiempo,<br />
sobre la falta de calor y la falta de luz, fuera empezaba a clarear,<br />
primero un poco, luego cada vez más. Se podía ver el Inn, sus aguas<br />
formando meandros a través de vastos pedregales, y al poco se veían<br />
también hermosas praderas verdes. Apareció el sol, el paisaje entero<br />
resplandecía, las tirolesas fueron enmudeciendo una por una,<br />
solamente observando lo que se sucedía afuera, como un milagro. A<br />
mí también me sucedía algo parecido. La comarca, recién barnizada<br />
—ahora salíamos del valle del Inn con dirección al puerto del<br />
Fernpass—, los bosques vaporosos, la bóveda celeste azul, incluso<br />
para mí, que venía del sur y no había tenido que soportar la<br />
oscuridad tirolesa más de un par de horas, eran como una revelación.<br />
De pronto me sorprendió la presencia de un par de gallinas en medio<br />
de un campo verde, que, aunque todavía no había dejado de llover,<br />
se habían alejado de la casa a la que pertenecían en lo que me pareció<br />
ser un trecho interminable para aquellos diminutos anima-les<br />
blancos. Por un motivo que todavía no he podido comprender, la<br />
imagen que ofrecía ese pequeño grupo de gallinas que se había<br />
atrevido a salir tan lejos, al campo abierto, conmovió mi corazón. En<br />
términos generales, no sé qué es lo que a veces me conmueve tanto<br />
de determinadas cosas o seres vivos. Poco a poco íbamos alcanzando<br />
más altura. Los espacios de rojo encendido en los que se erguían los<br />
alerces brillaban en las laderas de las montañas, y se veía que la nieve<br />
había alcanzado cotas muy bajas. Atravesamos el Fernpass. Me quedé<br />
maravillado con el espectáculo que ofrecían los escoriales que,<br />
bajando de las montañas, se introducían en los bosques como dedos<br />
en el cabello, y de nuevo me volvió a sorprender<br />
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