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Leer - IES Celestí Bellera

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Vértigo<br />

cuando el tren hubo abandonado Verona y el revisor vino de nuevo<br />

por el pasillo le pedí que me expidiera un billete adicional para<br />

Desenzano, donde, como bien sabía, el doctor Kafka, el domingo 21<br />

de septiembre de 1913, si bien henchido de la sola felicidad de que<br />

en aquel preciso momento nadie podía imaginarse dónde estaba, por<br />

lo demás profundamente afligido, estuvo solo, tumbado en la orilla<br />

del lago, en la hierba, mirando las ondulaciones del cañaveral.<br />

Cuando, al alejarse, el tren, después de lo que me pareció una<br />

eternidad, quedó contraído hasta alcanzar el tamaño del punto de<br />

fuga occidental, la estación de Desenzano, que aún en 1913 distaba<br />

mucho de estar finalizada y en la que, desde entonces, por lo menos<br />

en lo que concierne a su imagen externa, no se habían hecho grandes<br />

cambios, se hallaba abandonada a la claridad del mediodía. Sobre<br />

las vías que, tanto como alcanzaba la vista, discurrían en línea<br />

recta al encuentro del horizonte, vibraba el aire. Los campos abiertos<br />

se extendían hacia el sur. El mismo edificio de la estación, pese a su<br />

abandono, causaba la impresión de estar adecuado a sus fines. Por<br />

encima de las puertas que daban al andén estaban escritas las<br />

designaciones de cargo del personal de la estación en hermosos caracteres<br />

grabados en el cristal de las claraboyas. Capo stazione titulare.<br />

Capo di stazione superiore. Capi stazione aggiunti. Manovratori<br />

manuali. Estuve esperando a que por lo menos un representante de<br />

esta jerarquía ya acabada saliera por una de las puertas y me saludara:<br />

el jefe de la estación con un monóculo fulgurante, o un mozo<br />

de equipaje con mostacho y mandil hasta los pies, pero no se movió<br />

nada. También el interior del edificio estaba vacío. Anduve un buen<br />

rato por su interior, subiendo y bajando escaleras, hasta que encontré<br />

el urinario público, en el cual, como en el resto del edificio, desde<br />

comienzos de siglo no se había acometido trasformacíón alguna. Las<br />

cabinas de madera, de color verde militar, los pesados lavabos de<br />

loza y los azulejos blancos habían envejecido, se habían desprendido<br />

y estaban surcados de fisuras grisáceas, pero por lo demás<br />

habían permanecido inalterados a excepción de los numerosos gra-<br />

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