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Leer - IES Celestí Bellera

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Vértigo<br />

mermado en su dignidad, no le quedó más remedio que sentarse en el<br />

interior del vehículo y girar alrededor de la rotonda para bajar<br />

después por la Via Cavour con los neumáticos rechinando. Los taxistas<br />

le seguían haciendo señales de despedida aún cuando ya se<br />

habían quedado atrás, e incluso permanecieron juntos cuando ya<br />

hacía tiempo que había desaparecido del alcance de su vista, ahora<br />

para recordarse, haciendo aspavientos, esta o aquella parte de la comedia,<br />

sin poder apenas contenerse de pura risa.<br />

Conforme al horario previsto, a la una y cuarto llegó el autobús<br />

azul con el que quería ir a Riva. Me monté inmediatamente y me<br />

senté en una de las plazas traseras. También se sumaron unos cuantos<br />

pasajeros más. Unos eran de la región, otros, como yo, turistas.<br />

Poco antes de salir, a la una y veinticinco, se subió un joven de<br />

unos quince años, que se parecía a las fotos que muestran a Kafka<br />

de escolar ya adolescente de un modo tan inquietante como uno<br />

apenas se pueda imaginar. Y por si esto no hubiera sido suficiente,<br />

tenía además un hermano gemelo que, como pude constatar para mi<br />

espanto, no se diferenciaba de éste en lo más mínimo. Los dos<br />

tenían el comienzo del cabello muy adentrado en la frente, los<br />

mismos ojos oscuros y cejas pobladas, las mismas orejas grandes,<br />

desiguales y los lóbulos pegados a la cara. Iban en compañía de sus<br />

padres y se sentaron en una plaza que estaba aún más atrás que la<br />

mía. El autobús arrancó y bajó por la Via Cavour. Las ramas de los<br />

árboles de la avenida rozaban el techo. Mi corazón palpitaba y una<br />

sensación de mareo se apoderó de mí como antes, cuando era niño,<br />

cuando me ponía mal cada vez que viajaba en coche. Apoyé la<br />

cabeza a un lado, en el marco de la ventanilla, junto a la corriente de<br />

aire, y durante un buen rato no me atreví a mirar tras de mí. Hasta<br />

que no hubo pasado mucho tiempo desde que dejáramos Saló atrás<br />

y nos íbamos acercando a Gargnano, no fui capaz de recobrarme del<br />

sobresalto que paralizaba mis miembros ni de mirar por encima del<br />

hombro. Los dos muchachos no habían desaparecido, como había<br />

temido por un lado y esperado por el otro, sino<br />

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