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Vértigo<br />
tener la realidad delante de los ojos, del bolsillo de la chaqueta saqué<br />
el periódico que me había comprado por la tarde —era el Gazzettino,<br />
que se edita en Venecia— extendiéndolo sobre la mesa tanto como<br />
me era posible. En un primer momento mi mirada se quedó prendida<br />
de un artículo en el que la redacción informaba de que a lo largo del<br />
día anterior, el 4 de noviembre, habían recibido la carta de un lector<br />
escrita en extraños caracteres rúnicos, en la que un grupo hasta ahora<br />
completamente desconocido llamado<br />
ORGANIZZAZIONE LUDWIG<br />
se atribuía una serie de crímenes que se habían sucedido desde el año<br />
1977 en Verona y otras ciudades del norte de Italia. El artículo traía a la<br />
memoria de los lectores los casos que habían quedado sin aclarar. En<br />
un hospital veronés, a finales de agosto de 1977, el gitano Guerrino<br />
Spinelli murió a consecuencia de las graves quemaduras sufridas<br />
cuando unos desconocidos prendieron fuego al viejo Alfa, en el que<br />
tenía por costumbre pasar la noche, en las afueras de la ciudad. Más<br />
de un año después, en Padua, el camarero Luciano Stefanato fue hallado<br />
muerto con dos cuchillos de cocina de veinticinco centímetros<br />
en la nuca, y de nuevo un año más tarde, en Venecia, Claudio Costa,<br />
heroinómano de veintidós años, fue asesinado de treinta y nueve puñaladas.<br />
Ahora estamos a finales de otoño de 1980. El camarero me<br />
trae la cuenta. La desdoblo. Las letras y los números se desvanecen<br />
delante de mí. 5 de noviembre de 1980. Via Roma. Pizzeria Verona.<br />
Di Cadavero Carlo e Patierno Vittorio. Patierno y Cadavero.<br />
Suena el teléfono. El camarero seca un vaso y lo sostiene a la luz.<br />
Cuando por fin creo que no voy a poder aguantar el sonido más<br />
tiempo, lo descuelga. Después, apretando el auricular con la cabeza<br />
inclinada a un lado contra el hombro, camina de un lado a otro de la<br />
barra tanto como se lo permite el cable. Sólo cuando habla él<br />
permanece quieto y vuelve la mirada al techo. No, dice, Vittorio no<br />
está. Que está de caza. Claro que era él, Carlo. ¿Quién si no? ¿Quién<br />
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