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Viaje del Dr. K. a un sanatorio de Riva<br />
mado, recorre en tioviovo la selva virgen durante un día. El Dr. K. se<br />
percata de lo desamparada que está sentada ahí arriba, en su holgado<br />
vestido, bien confeccionado pero mal puesto. Frente a ella, como tan<br />
a menudo frente a las mujeres, siente una ebullición de su tacto social,<br />
por lo demás, sín embargo, sufre ininterrumpidamente dolores de<br />
cabeza. Cuando todos juntos, en tono de burla, se hacen una<br />
fotografía como pasajeros de un aeroplano que se ha elevado sobre<br />
la noria y sobre las torres afiladas de la iglesia votiva, es el Dr. K.,<br />
ante su propio asombro, el único que a esta altura es aún capaz de<br />
esbozar una especie de sonrisa.<br />
El 14 de febrero, el Dr. K. viaja a Trieste. Pasa más de doce horas<br />
solo, en el ferrocarril del sur, en un rincón del compartimento.<br />
Una parálisis se propaga por su interior. Las imágenes del paisaje se<br />
hilvanan fuera, sin costura, unas junto a otras, deslumbradas por el<br />
brillo falso de una luz otoñal completamente improbable. Aunque<br />
casi no se mueve del sitio, por la noche, a las nueve y diez, el Dr. K.<br />
se encuentra verdadera e incomprensiblemente en Trieste. La ciudad<br />
ya está tendida en la oscuridad. El Dr. K. pide que le lleven de<br />
inmediato a un hotel junto al puerto. El modo en que él mismo está<br />
sentado en el coche de caballos, detrás de las anchas espaldas del<br />
cochero, le produce una impresión muy misteriosa. Le parece que<br />
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