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Vértigo<br />
mada, apareció una dama muy parca en palabras. No había oído por<br />
ninguna parte que se abriera ninguna puerta y por ninguna par-te la<br />
había visto entrar; sin embargo, ahí estaba de pronto. Me examinaba<br />
con franca reprobación, ya fuera por mi apariencia externa, que<br />
después de larga marcha movía a la conmiseración, ya por el hecho<br />
de que mi actitud distraída le hubiera podido parecer incomprensible.<br />
Pedí una habitación del primer piso que diese a la<br />
calle, en principio por un tiempo indefinido. Aunque debía de ser<br />
posible corresponder a mis deseos sin la menor dificultad dado que<br />
también para la industria hotelera noviembre es un mes muerto en el<br />
que el reducido personal que se había quedado en la casa vacía añora<br />
a los huéspedes que se habían marchado como si en efecto se<br />
hubieran marchado para siempre, aunque, entonces, sin duda tenía<br />
disponible una habitación del primer piso que diese a la calle, la señora<br />
de la recepción estuvo hojeando en su registro hacia adelante y<br />
hacia atrás antes de hacerme entrega de la llave. Mientras, como si<br />
tuviese frío, juntaba con la mano izquierda las dos partes delanteras de<br />
su chaqueta de punto, despachando de un modo complicado y torpe<br />
sólo con la otra mano, con lo que, me pareció, quería ganarse un<br />
tiempo de reflexión frente a este singular huésped de noviembre.<br />
Atentamente y con las cejas arqueadas, estudió el papel de inscripción<br />
ya relleno, en el que, bajo profesión, me había inscrito<br />
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