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Il ritorno in patria<br />
trar en esa estación subterránea. A pesar de que estuve lo que se dice<br />
un tiempo considerable en el umbral e intercambié algunas miradas<br />
con la mujer oscura, no me atreví a dar el paso decisivo.<br />
El tren salía con lentitud de la estación de Liverpool Street, pasando<br />
por los muros de ladrillo llenos de hollín que, a causa de los<br />
nichos interpuestos, siempre me han parecido partes de un vasto<br />
sistema de catacumbas que en este lugar sale a la superficie. En las<br />
juntas y en las grietas de los muros acabados el pasado siglo, con el<br />
paso del tiempo han crecido cuantiosos ramos de papilionáceas, que,<br />
como es sabido, tienen predilección por las condiciones más<br />
miserables. Cuando en verano, de camino a Italia, pasé por última<br />
vez junto a estas paredes negras, empezaban a florecer tímidamente<br />
estas plantas casi desnudas. Y casi no confío en mis propios ojos<br />
cuando vi, mientras el tren esperaba la señal, una limonera revolverse<br />
de un arbusto a otro, arriba, ahora abajo, ya a la izquierda ya a<br />
la derecha, siempre en movimiento. Pero esto también había sucedido<br />
ya hacía meses, y ahora me digo que su recuerdo, probablemente,<br />
corresponda a mis deseos. De lo que sin embargo no podía<br />
dudar era de la realidad de mis pobres compañeros de viaje, quienes,<br />
sin excepción, habían salido de sus casas recién limpios y asea-dos a<br />
primera hora de la mañana y ahora pendían de sus asientos cual<br />
ejército derrotado, que, antes de dedicarse a sus periódicos, se<br />
quedaba mirando fijamente afuera con ojos ciegos, inmóviles, la antesala<br />
de la metrópolis. En lontananza, donde el desierto de edificios<br />
estaba más abierto, se alzaban tres torres de viviendas, en st<br />
totalidad envueltas en andamios, circundadas por mallas de seguri .<br />
dad flameantes, y mucho más lejos aún, ante la línea de cielo que ar<br />
día en llamas en el horizonte occidental, de la capa de nubes negro<br />
azulada, que recubría toda la ciudad como una enlutada bandea<br />
monstruosa, descendía, a borbotones, un chaparrón. Cuando e tren<br />
cambió las vías, pude volver la vista hacia las maravillosas cons<br />
trucciones de la City que, doradas en su parte superior por la luz que<br />
horizontal caía desde el oeste, sobresalían, con mucho, de en<br />
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