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Vértigo<br />
vacía, ésta, ante mi más puro espanto, se desintegró en polvo. De las<br />
averiguaciones que he llevado a cabo desde entonces se infiere que<br />
el traje ceniciento con adornos grises era con gran probabilidad el de<br />
uno de aquellos cazadores austriacos que por el 1800 fueron al<br />
campo de batalla como tropas voluntarias contra los franceses, suposición<br />
que ganaba en probabilidad por una historia que contó<br />
Lukas y que, dijo, aún remitía a Mathild, según la cual uno de los<br />
antepasados lejanos de los Seelos había marchado al frente de una<br />
tropa de mil soldados reclutados en el Tirol pasando por el Brenner,<br />
bajando el Adigio y a orillas del lago de Garda hacia el interior de la<br />
llanura del norte de Italia, donde debió de perder la vida junto a<br />
todos aquellos reclutados en la terrible batalla de Marengo. El<br />
significado de la historia del cazador tirolés, caído en la batalla de<br />
Marengo, residía para mí, no en último lugar, en el hecho de que en el<br />
desván del café-bar Alpenrose, adonde se me había prohibido subir<br />
durante las visitas de mi infancia con la alusión al cazador que se<br />
encontraba allí arriba, había existido uno de verdad incluso a pesar<br />
de que éste no correspondiera en todo a la imagen que yo, sentado<br />
en la escalera del desván, me había hecho de él. Lo que me había<br />
imaginado entonces y lo que después me había seguido apareciendo<br />
en sueños aún con cierta frecuencia era un hombre extraño y grande,<br />
con una gorra alta y redonda de piel de Crimea calada en la frente, y<br />
vestido con un amplio abrigo marrón ceñido por un formidable<br />
correaje que recordaba a los arreos de un caballo. Tendido sobre el<br />
regazo tenía un pequeño sable curvo con una vaina que relumbraba<br />
lánguida. Los pies estaban encajados en botas altas con espuelas. Un<br />
pie descansaba sobre una botella de vino caída, el otro, apoyado en<br />
el suelo, levemente incorporado, con el talón y la espuela hundidos<br />
en la madera. Una y otra vez he soñado y aún en ocasiones sigo<br />
soñando que este hombre extraño extiende su mano hacia mí, y yo,<br />
pese a todo mi miedo, me atrevo a aproximarme más y más a él, hasta<br />
tan cerca que por fin puedo tocarle con la mano. Y, cada vez, ante mí<br />
tengo, por el contacto, los dedos de la mano de-<br />
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