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Vértigo<br />
estaban llevando a cabo en el edificio para el comienzo de la estación<br />
de invierno, tomé la decisión de marcharme, más aún porque<br />
con mis notas había llegado a un punto donde o seguía para siempre<br />
o ponía punto y aparte. Al día siguiente, después de varios<br />
transbordos y largas esperas en los andenes de las estaciones de trenes<br />
de provincias, bien expuestos a las corrientes de aire, no recuerdo<br />
más que la grotesca figura de una persona que había crecido<br />
demasiado, en verdad sobredimensional, que haciendo juego con un<br />
feo traje de moda llevaba una corbata ancha con plumas de pájaro<br />
pegadas de muchos colores con las que el viento se entretenía, me<br />
hallaba sentado, con W. ya infinitamente lejos detrás de mí, en el<br />
expreso que viajaba en dirección a Hoek van Holland a través de la<br />
campiña alemana, para mí desde siempre incomprensible, limpia y<br />
alineada hasta el último rincón. Todo me daba la impresión de estar<br />
pacificado y aturdido de una forma no muy adecuada, y la sensación<br />
de aturdimiento también se adueñó de mí en pocos minutos. No<br />
quería abrir los periódicos que había comprado, no quería beber el<br />
agua mineral que aguardaba enfrente de mí. A un lado se iban<br />
quedando atrás los campos y las tierras, sobre los que, como estaba<br />
previsto, había crecido la siembra de otoño en un color verde pálido,<br />
atrás parcelas de bosque, canteras de grava, campos de fútbol,<br />
polígonos industriales y colonias de casas adosadas y unifamiliares<br />
detrás de sus verjas rústicas y setos de aligustre que, acorde con los<br />
planes urbanísticos, se seguían expandiendo un año tras otro. Era<br />
algo extraño que al mirar hacia afuera me conmoviese de pronto la<br />
circunstancia de que casi no se veía a ninguna persona por ninguna<br />
parte pese a que los automóviles bramaran lo suficiente por las<br />
carreteras húmedas, ocultos en espesas nubes de chispas de agua.<br />
Incluso en las calles principales de las ciudades era mucho más<br />
probable avistar coches que a seres humanos. De hecho parecía<br />
como si nuestra especie ya hubiera cedido su puesto a otra, o por lo<br />
menos como si viviéramos en una forma de cautiverio. El mutismo<br />
de mis compañeros de viaje y mi propio estado de ínmo-<br />
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