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Vértigo<br />
decía: ¡Escucha! ¿Acaso no ha chirriado la puerta? Y ya había aparecido<br />
delante de ella Moor, el bandido, y él podía hablarle de cómo<br />
su amor hacía reverdecer el ardiente desierto de arena y florecer los<br />
arbustos silvestres, pero sin reconocer a aquel que en persona estaba<br />
frente a ella y del que aún se creía separada por monta-ñas, mares y<br />
horizontes. En este momento siempre quise intervenir en la acción y<br />
explicar a Amalia con una sola palabra que para trasladarse de la<br />
cárcel polvorienta al paraíso del amor, tal y como deseaba, no<br />
hubiese tenido más que extender la mano. Pero como no me resolvía<br />
a intervenir de esta manera, el otro giro que posiblemente hubieran<br />
podido tomar los acontecimientos del escenario permaneció oculto<br />
para mí. Una vez, hacia el final de la temporada artística, a<br />
principios del mes de febrero, representaron Los bandidos al aire<br />
libre, en el césped que crecía junto a la casa del jefe de co-<br />
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