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Viaje del Dr. K. a un sanatorio de Riva<br />
más irracionales que en este estado. Ya no se puede gobernar la<br />
imaginación. Se subyace a un imperativo de variación y repetición<br />
en el que, como él mismo había experimentado con suficiente frecuencia,<br />
todo, incluso la imagen de la persona amada a la que uno se<br />
intenta aferrar, se dispersa. En cualquier caso es extraño, dice, que él<br />
sólo haya sabido remediar un estado semejante, en su opinión rayano<br />
en la locura, cubriendo su conciencia con un imaginario sombrero<br />
negro de general napoleónico. Pero por el momento, concluye, nada<br />
le era menos necesario que uno de estos sombreros napoleónicos,<br />
pues aquí afuera, en el lago, eran casi incorpóreos, y disfrutaban de<br />
un entendimiento natural de la futilidad de su propio significado.<br />
En consonancia con estas exposiciones resultantes de los deseos<br />
del Dr. K., ambos acordaron que ninguno daría a conocer el nombre<br />
del otro, que no se intercambiarían ninguna foto, ningún jirón del<br />
papel, ni una sola palabra escrita, y que, cuando hubieran<br />
transcurrido los pocos días que les quedaban para estar juntos, el uno<br />
tendría que dejar marchar al otro sin más. Por supuesto que no fue<br />
nada fácil y el Dr. K., cuando hubo llegado la hora de la despedida,<br />
tuvo que representar toda suerte de actos cómicos para que la joven<br />
de Génova no empezara a sollozar delante de todos cuantos se<br />
habían congregado. En el último momento, cuando el Dr. K. la<br />
acompañó al pequeño embarcadero del vapor y ella, con pasos inseguros,<br />
pasó a bordo del barco por la pequeña escalera, se acordó<br />
de cuando, hacía un par de tardes, habían estado sentados con unas<br />
cuantas personas más, y una joven rusa, muy rica y muy elegante,<br />
por aburrimiento y desesperación —porque lo que es cierto es que la<br />
gente elegante siempre está más perdida entre gente que no lo es que<br />
al contrario— les había echado las cartas. Como la mayoría de las<br />
veces suele suceder, lo que se dijo no era significativo, sino más bien<br />
cosas nada serias e irrisorias. Pero cuando le tocó el turno a la joven<br />
de Génova, se produjo una constelación por vez primera absolutamente<br />
inequívoca, según la cual, le explicó la dama rusa, nun-<br />
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