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Leer - IES Celestí Bellera

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All'estero<br />

que se mantenían semiocultos detrás de un periódico abierto, el Siciliano.<br />

Cuando, algo más tarde, haciendo acopio de todo mi valor,<br />

traté de entablar conversación con ellos, no reaccionaron más que<br />

mirándose el uno al otro con una sonrisa estúpida. Y tampoco<br />

cuando me dirigí al matrimonio, extremadamente reservado, grabado<br />

en mi memoria como los «señores padres», quienes habían<br />

seguido mis singulares esfuerzos por acercarme a sus hijos con una<br />

creciente preocupación, conseguí aclararles ni siquiera de una forma<br />

aproximada de qué clase era mi interés por ambos muchachos<br />

que no cesaban de reírse disimuladamente. La historia que les conté<br />

de un scrittore ebreo de la ciudad de Praga, que en septiembre de<br />

1913 había estado en un sanatorio de Riva y que en su juventud era<br />

exactamente igual —esatto, esatto me oigo repetir con desesperación<br />

una y otra vez— a sus dos chicos que de cuando en cuando<br />

miraban con malicia desde detrás del Siciliano, esta historia, pues,<br />

les parecía, según podía inferir de sus gestos, algo así como lo más<br />

incomprensible y extravagante cuanto les había acontecido jamás.<br />

Cuando, por último, para disipar toda sospecha que pudieran<br />

abrigar en lo concerniente a mi persona, acabé por decirles que me<br />

bastaría si tan pronto estuvieran en casa, en Sicilia, de vuelta de sus<br />

vacaciones, me enviaran a Inglaterra, sin especificar ni su nombre<br />

ni su dirección, una foto de sus hijos, me di perfecta cuenta de que<br />

para ellos era obvio que no se podía tratar más que de un pederasta<br />

inglés de viaje por Italia, digamos que por placer. Me dieron a<br />

entender con absoluta claridad que bajo ningún concepto accederían<br />

a mi insolente pretensión y que debía volver a hacer uso de mi<br />

asiento sin mayor demora. Me percaté de que en caso contrario<br />

hubieran sido capaces de detener el autobús en la siguiente localidad<br />

y entregar a sus autoridades el importuno viajero. A partir de<br />

entonces permanecí en mi sitio, inmóvil, agradecido por cada uno<br />

de los túneles que teníamos que atravesar en la empinada orilla occidental<br />

del lago de Garda, colmado de las sensaciones del bochorno<br />

más absoluto así como de una rabia impotente por no te-<br />

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