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Leer - IES Celestí Bellera

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Ti ritorno in patria<br />

del dueño del Engelwirt con todos los colores del fuego. Pero nunca<br />

llegué a ver en persona al tabernero del Engelwirt, y la tabernera,<br />

que así y todo apenas decía nada, tampoco le ha mencionado ja-más,<br />

creo yo. Sin embargo me pareció haberle escuchado resollar un par<br />

de veces en la otra habitación. Más tarde, conforme iba aumentando<br />

la distancia, tenía por un hecho cada vez más improbable que<br />

hubiese existidó el tabernero del Engelwirt y no hubiera sido un<br />

mero producto de mi imaginación. En cualquier caso, pesquisas más<br />

rigurosas realizadas en W. no han dejado ninguna duda. Arrojaron<br />

también como resultado que los hijos de los taberneros, Johannes y<br />

Magdalena, no mucho más mayores que yo, se habían criado fuera,<br />

en casa de una tía, porque la tabernera, tras el nacimiento de<br />

Magdalena, ya empezaba a tener serios problemas con el<br />

alcoholismo y no era capaz de seguir ocupándose de los niños. Conmigo,<br />

la tabernera, tal vez porque por lo demás no tenía que hacer-se<br />

cargo de mí, mostraba una paciencia infinita. No fueron raras las<br />

ocasiones en las que me sentaba a su lado, ella en el cabecero y yo al<br />

pie de la cama, y le recitaba todo lo que me sabía de memoria, no en<br />

último lugar el padrenuestro, el ángelus y otras oraciones que ella,<br />

casi en su mayor parte, no era ya capaz de proferir. Aún la estoy<br />

viendo cómo me escucha, la cabeza, con los ojos cerrados, apoyada<br />

en el armazón de la cama, y a su lado, sobre la plancha de mármol de<br />

la mesilla de noche, el vino y la botella de Kalterer, y cómo a<br />

intervalos expresiones de dolor y de alivio cubrían su rostro. Por<br />

cierto que también he aprendido de la tabernera cómo se anuda un<br />

lazo y siempre, cuando salía de la habitación, me imponía las manos.<br />

A veces aún puedo sentir su pulgar en la frente.<br />

Al otro lado de la calle, enfrente del Engelwirt, se encontraba la<br />

casa de los Seelos, en donde vivían los Ambroser, de cuya casa mi<br />

madre entraba y salía con mucha frecuencia por estar muy unida a<br />

los niños de los Ambroser, más o menos unos diez años menores que<br />

ella y a los que había tenido que cuidar muchas veces cuando<br />

crecieron. Los Ambroser habían llegado el siglo pasado a W. pro-<br />

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