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Vértigo<br />
campana en el vestíbulo rompimos en el grito de lo contrario infalible<br />
del final de la clase, sino que nos levantamos más bien en silencio y<br />
recogimos nuestras cosas obedientemente y sin pronunciar palabra. La<br />
señorita Rauch ayudaba a este o a aquel niño que, en sus gordas ropas<br />
de invierno, se esforzaba por ponerse el morral a la espalda.<br />
El edificio de la escuela se elevaba sobre una colina al término de<br />
la localidad y, como siempre que salía, también este día para mí<br />
memorable vagó mi mirada desde las profundidades del valle abierto<br />
a la izquierda y rebasó los tejados del pueblo hasta llegar a las estribaciones<br />
de los Alpes embosquecidos, tras los que se elevaba la<br />
rocosa cresta dentada del Sorgschrofen. Bajo un blanco mate permanecían,<br />
inertes, las casas y las granjas y se extendían pastos, carreteras<br />
y caminos intransitados. Por encima de todo ello, el cielo gris<br />
pendía con la lejanía y gravidez de cuando va a caer una enorme nevada.<br />
Si uno se quedaba el suficiente tiempo inmóvil, con la cabeza<br />
apoyada en la nuca, contemplando el vacío del cielo impenetrable<br />
hasta la locura, creía ver el remolino de los copos de nieve salir con<br />
ímpetu del vacío. Mi camino pasaba por la casa del maestro, por la<br />
casa del capellán y a lo largo del alto muro del cementerio, en cuyo<br />
final San Jorge, sin interrupción, traspasaba con una lanza las fauces<br />
del animal alado a modo de grifo que yacía a su pies.<br />
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