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Leer - IES Celestí Bellera

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Il ritorno in patria<br />

tinuó diciendo que su madre, en ocasiones, cuando estaba de mal<br />

humor, llamaba a Mathild la beata roja. Mathild, por su parte, después<br />

de haber recuperado cierto grado de su equilibrio, no había<br />

permitido que bajo ningún concepto la confundieran con este tipo de<br />

observaciones. Muy al contrario, afirmaba Lukas, se había sentido<br />

bien en su recogimiento, cada vez más, según parecía obvio; incluso<br />

la forma en la que año tras año anduvo deambulando por entre los<br />

habitantes del pueblo, a quienes despreciaba, ataviada infaliblemente<br />

con su vestido o su abrigo negros, siempre bajo la protección<br />

de un sombrero y nunca sin su paraguas, tampoco con el<br />

tiempo más hermoso, tenía, como quizá recordara de mi propia infancia,<br />

algo así como cierta alegría.<br />

Seguíamos investigando en el desván, cogiendo esto o aquello,<br />

una muñeca de porcelana sin pelo, una jaula de jilguero o un viejo<br />

hierro para marcar la piel de los terneros, y debatiendo mientras la<br />

posible procedencia e historia de estas cosas, cuando de pronto me<br />

sentí inmediatamente atraído por una aparición que, ahora con una<br />

claridad mayor, ahora más débilmente detrás de una luz que oblicua<br />

penetraba por la ventana del desván, se daba a conocer como una<br />

figura uniformada. Era, en efecto, como se hizo patente después de<br />

una observación más detallada, una vieja marioneta de sastrería<br />

ataviada con pantalones cenicientos y chaqueta cenicienta, cuyos<br />

cuellos, solapas y jaretas un día debieron de ser verdes como la hierba<br />

y sus botones de un color dorado. Sobre la cabeza de madera, el<br />

maniquí llevaba un sombrero igualmente ceniciento con un penacho<br />

verde de plumas de gallo. Tal vez porque había estado oculta tras el<br />

velo de luz, que caía en la oscuridad del desván a través de la<br />

claraboya, en el que se arremolinaban sin descanso las partículas<br />

relucientes de una materia que se diluye en la ingravidez, la figura<br />

gris me causó de inmediato un impresión extremadamente<br />

misteriosa, acrecentada por el manso olor alcanforado que desprendía.<br />

Pero cuando, sin fiarme demasiado de las apariencias, me<br />

acerqué más y toqué una de las mangas del uniforme que colgaba<br />

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