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Leer - IES Celestí Bellera

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Vértigo<br />

como un pequeño caballo Haflinger. En todos los aspectos se diferenciaba<br />

de todo el mujerío de W., casi sin excepción integrado por<br />

pequeñas criadas y campesinas, oscuras, de trenza rala y maliciosas.<br />

Parecía estar hecha de tal forma que nadie, pese a su llamativa hermosura,<br />

había pedido jamás su mano. Cuando, más avanzada la tarde,<br />

tenía permiso para volver a bajar a la taberna e ir por una cajetilla de<br />

cigarros Zuban para mi padre, la Romana flotaba con la misma facilidad<br />

que sí fuese de otra galaxia por entre el grupo de campesinos y<br />

leñadores, quienes a eso de las nueve de la noche, por regla general, ya<br />

estaban algo borrachos. A la noche la taberna causaba una impresión<br />

lúgubre y terrible, y si no hubiera sido por la Romana probablemente<br />

no me hubiera atrevido a adentrarme en aquel lugar tan horrible, en<br />

donde los hombres estaban sentados en los bancos adoptando una<br />

postura de apatía. De cuando en cuando una de esas figuras inertes se<br />

levantaba y, balanceándose, como si se hallara sobre una balsa,<br />

caminaba en dirección a la puerta que conducía al pasillo. Sobre el<br />

entarimado untado de grasa había charcos de cerveza y aguanieve, y<br />

el humo, que atravesaba en espesos velos la estancia de la taberna y<br />

que por último flotaba hasta el ventilador achacoso, se mezclaba con<br />

el olor agrio de piel y paño húmedos y aguardiente de genciana esparcida.<br />

Por encima del revestímento de madera cubierto con una capa<br />

marrón de pintura, martas, linces, urogallos, buitres y demás alimañas<br />

exterminadas acechaban, disecadas, el momento de poder cumplir su<br />

venganza ya tan atrasada desde hacía tanto tiempo. Los campesinos y<br />

los leñadores casi siempre estaban sentados en grupo, juntos, en el<br />

extremo superior o bien en el extremo inferior de la taberna. En el<br />

centro, la gran estufa de hierro, en la que era frecuente hurgonear el<br />

fuego en invierno de tal forma que empezara a ponerse incandescente.<br />

El único que se sentaba solo, inadvertido por todos, era Hans Schlag,<br />

el cazador, del que se decía que venía de fuera, de Koflgarten del<br />

Neckar, y que durante varios años había tenido a su cargo un extenso<br />

coto de caza en la Selva Negra antes de que, no se sabía exactamente<br />

en qué circunstancias, hubiera venido a la región<br />

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