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All'estero<br />
nocturno de los altavoces en las terrazas de los hoteles, en bares y<br />
discotecas de Limone, que entretanto se había hecho más intenso, no<br />
llegaba hasta mis oídos más que como un sonido sordo, palpitante, y<br />
me parecía ser una molestia de menor importancia comparado con la<br />
violencia de la pared de sombras, monstruosa y callada, que tras el<br />
tembloroso montoncito de luces del pueblo se alzaba tan escarpada y<br />
tan alta, que pensé que se inclinaba hacia mí y que de un momento a<br />
otro podía precipitarse en el interior del lago. Encendí la lámpara del<br />
bote y remé tanto en dirección a la orilla como hacia la brisa que por<br />
la noche sopla desde el norte acariciando la superficie del lago. Una<br />
vez llegado a las sombras más profundas de las paredes de piedra,<br />
recogí los remos. Lentamente retrocedí ahora en dirección al puerto.<br />
Apagué la lámpara de proa, me tumbé en el fondo de la barca y miré<br />
hacia el cielo, donde las estrellas aparecían sobre las rocas en una<br />
demasía tal como si no pudieran encontrar sitio y se rozasen entre sí.<br />
De tanto remar sentía la sangre en las manos. El bote se deslizó junto<br />
a los jardines abandonados en forma de terrazas que habían dejado<br />
sín cerrar, en los que una vez se cultivaron limoneros. Los postes<br />
cuadrados de piedra aún se elevaban en la oscuridad avanzando, en<br />
escalones, hacia la pendiente. En aquella época, cuando era invierno,<br />
se ponían fuertes varas de hierro o de madera sobre los postes, y<br />
entre las varas se tensaban lonas que protegieran del frío a aquellos<br />
bosquecillos cubiertos de verde.<br />
Cuando regresé al puerto y volví al hotel, en Limone era alrededor<br />
de la medianoche y todos los veraneantes estaban por las calles,<br />
en parejas o en familia. Una única masa de seres humanos de<br />
muchos colores se empujaba como una especie de tren o de procesión<br />
por las estrechas callejuelas del pueblo constreñido entre el lago<br />
y la pared de piedra. No eran sino rostros de lémures que, quemados<br />
y pintados, se tambaleaban sobre los cuerpos enlazados entre sí.<br />
Todos ellos parecían desdichados, obligados a vagar por aquellas<br />
calles, noche tras noche. En el hotel me tumbé encima de<br />
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