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Vértigo<br />
expiación de un anhelo de amor que siempre apresa al Dr. K., como<br />
escribe en una de sus numerosas cartas de murciélago a Felice, justo<br />
allí donde, en apariencia y lícitamente, no se puede disfrutar. Para<br />
mayor esclarecimiento de esta observación un tanto confusa, el Dr.<br />
K. menciona un episodio de «antes de ayer», en el que el hijo del<br />
propietario de una librería judía de Praga, que ya se andaría por más<br />
de los cuarenta años, se convierte en la cristalización de la emoción<br />
ilegítima de la que se habla en la carta. Este ser, carente de todo<br />
atractivo, cuando no repugnante, a quien todo en su vida se le ha<br />
desviado por el sendero de la fatalidad y se pasa el día entero en la<br />
diminuta tienda del padre, desempolvando las telas de la oración<br />
expuestas o mirando a la calle por entre los huecos de los libros, en<br />
su mayoría, comenta el Dr. K. a propósito, indecentes, este pobre<br />
hombre que, como bien sabe el Dr. K., se siente alemán y por ello<br />
todas las noches, después de haber cenado, se va a la Casa Alemana<br />
para allí, en calidad de miembro del Club Casino Alemán, abandonarse<br />
durante las últimas horas del día a esta su ilusión, en el episodio<br />
que, como el Dr. K. cuenta a Felice, se había sucedido antes de<br />
ayer, se torna en objeto de su fascinación de una forma que tampoco<br />
él es capaz de explicar. Casualmente, escribe el Dr. K., le descubrí<br />
antes de ayer por la noche, cuando salía de su casa. Caminaba<br />
delante de mí, en la figura del hombre joven que he preservado en mi<br />
memoria. Sus espaldas son llamativamente anchas, camina con una<br />
marcialidad tan peculiar que no se sabe si es marcial o contra-hecho;<br />
en cualquier caso es muy huesudo y, por ejemplo, tiene una<br />
mandíbula poderosa. ¿Comprendes ahora, querida, escribe el Dr. K.,<br />
puedes entender (¡dímelo!) por qué con franca codicia seguí a este<br />
hombre por la callejuela Zeltner, doblé detrás de él en el Graben y<br />
con un placer infinito le vi desaparecer por la puerta de la Casa Alemana?<br />
No faltó mucho para que el Dr. K. confesara un deseo que, como<br />
ha de suponerse, ha quedado sin satisfacer. Muy al contrario, termina<br />
la carta presurosamente, empleando el giro de que se ha<br />
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