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I1 ritorno in patria<br />
En la escuela, la señorita Rauch, que para mí no significaba menos<br />
que la Romana, había escrito en la pizarra, con su escritura uniforme,<br />
la crónica de siniestros de W, y debajo, con tizas de colores,<br />
había pintado una casa en llamas. Los niños de la clase estaban completamente<br />
inclinados sobre sus cuadernos de geografía nacional y,<br />
levantando la mirada de continuo y con los ojos entrecerrados, copiaban,<br />
descifrando las letras, pálidas y lejanas, una línea tras otra de la<br />
larga lista de horrorosos acontecimientos de los que, sin embargo,<br />
registrados de esta forma, parecía surtir un efecto tranquilizador. En<br />
1511 la peste se cobró 105 vidas humanas. En 1530 un incendio aniquiló<br />
100 casas. 1569 — un gran incencio destrozó el mercado. 1605<br />
— otro incendio dejó 140 casas reducidas a cenizas. 1633 — los suecos<br />
incendiaron el pueblo. 1635 — 700 habitantes murieron de la peste.<br />
1806-1814 — en las guerras de liberación cayeron 19 voluntarios de W.<br />
1816-1817 — años de hambre causada por una gran humedad. 1870-<br />
1871 — cinco hijos de la comunidad perdieron la vida en el campo de<br />
batalla. 1893 — el 16 de abril, un enorme fuego des-trozó todo el<br />
mercado. 1914-1918 — por la patria perecieron 68 hijos del pueblo.<br />
1939-1945 — de la Segunda Guerra Mundial no vol-vieron a casa 125<br />
de los nuestros. Las plumas arañaban el papel sin hacer ruido. La<br />
señorita Rauch se paseaba por entre las filas con su estrecha falda<br />
verde. Cuando se acercaba a mí, sentía que el corazón se me había<br />
subido a la garganta. Era un día que parecía no ir a aclarar. El<br />
crepúsculo se había prolongado hasta eso de las doce de la mañana y<br />
justo después se había transformado en un lento anochecer. Incluso<br />
entonces, media hora antes de que finalizara la escuela, había que<br />
encender las luces en el aula. Las lámparas blancas y redondas se<br />
reflejaban en los oscuros cristales de las ventanas, y también se reflejaban<br />
las filas de los escolares inclinados sobre sus tareas. Casi invisibles<br />
detrás del reflejo, las copas de los manzanos se asemejaban a una<br />
vegetación negra de corales en las profundidades del mar. A lo largo<br />
de todo el día se había ido extendiendo una insólita quietud que se<br />
había apoderado de nosotros. Ni siquiera cuando el bedel tocó la<br />
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