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Leer - IES Celestí Bellera

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Ti ritorno in patria<br />

del doctor Rambousek con los mayores elogios, en particular charlando<br />

con la modista que vivía en casa del maestro de postas, Valerie<br />

Schwarz, que, aunque no fuese de Moravia, como el doctor<br />

Rambousek, procedía de Bohemia, y, pese a su diminuto tamaño<br />

corporal, poseía un pecho de tal desmesura como no he vuelto a ver<br />

más que en una ocasión, en la estanquera de Amarcord, la película<br />

de Fellini. Pero mientras que madre y Valerie alababan hasta más no<br />

poder al doctor Rambousek, al resto de los habitantes del pueblo<br />

nunca se les hubiera ocurrido ir a su consulta. Si a alguien le dolía<br />

algo, se mandaba a buscar al doctor Piazolo, y por eso el doctor<br />

Rambousek, día tras día, un mes tras otro y año tras año pasaba la<br />

mayor parte del tiempo solo, sentado en su consultorio de la Alpenrose.<br />

Sea como fuere, siempre le veía, cuando iba con el abuelo a<br />

ver a Mathild a la Alpenrose, a través de la puerta entreabierta, en la<br />

habitación amueblada con austeridad, sentado en su sillón giratorio<br />

escribiendo, leyendo o simplemente mirando por la ventana. Un par<br />

de veces me acerqué hasta situarme bajo el marco de la puerta y<br />

estuve esperando a que mirase hacia mí o bien me invitara a<br />

acercarme un poco más, pero o nunca se percató de mi presencia o<br />

bien le resultaba imposible dirigir la palabra a un niño desconocido.<br />

Sucedió un día extraordinariamente caluroso, de mitad del verano<br />

del año 49, en el que, mientras mi abuelo y Mathild charlaban en la<br />

cafetería, estuve mucho tiempo sentado en el escalón más alto de la<br />

escalera del desván, escuchando el crujido de la madera de la<br />

armazón del tejado y otros pocos ruidos que desde fuera penetraban<br />

en la casa, como el silbido que se hinchaba y deshinchaba de las<br />

sierras circulares o el cacareo solitario de un gallo. Aun antes de que<br />

hubiese concluido la hora de visita del abuelo, bajé al vestíbulo con<br />

la firme decisión de preguntarle al doctor Rambousek si no estaría<br />

dispuesto a curar la quemadura cada vez mayor del viejo tabernero<br />

del Engelwirt. Pero para mi sorpresa la puerta del consultorio estaba<br />

cerrada. Sin embargo me atreví a entrar. En el interior todo estaba<br />

impregnado de la luz de verano, de un verde pro-<br />

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