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Vértigo<br />
fundo que caía al interior a través del tilo que se erguía delante de la<br />
ventana. Me pareció que reinaba una quietud ilimitada. El doctor<br />
Rambousek estaba sentado, como siempre, en su sillón giratorio, con<br />
la única diferencia de que la parte superior de su cuerpo, hundida<br />
hacia adelante, reposaba sobre el escritorio. La manga izquierda<br />
estaba recogida hasta la mitad, y en el pliegue del codo descansaba,<br />
torcida de una extraña forma, la cabeza del doctor, que me pareció<br />
monstruosamente grande, con los ojos oscuros mirando fijamente a<br />
un punto, inmóviles, algo prominentes, pero todavía muy hermosos.<br />
Abandoné el consultorio con gran cautela y de nuevo subí a mi sitio,<br />
en la parte superior de la escalera del desván, donde estuve esperando<br />
a oír salir a mi abuelo de la cafetería con Mathild. De aquello que vi<br />
en el consultorio no le dije a mi abuelo ni una sola palabra, tanto por<br />
el miedo como porque yo ya tampoco me lo podía creer. En el<br />
camino de vuelta a casa teníamos que recoger el reloj de bolsillo que<br />
el abuelo le había dado a Ebentheuer, el relojero, para que lo<br />
arreglara. La campanilla de la entrada tintineó e inmediatamente<br />
después estábamos en el interior de la pequeña tienda, en la que un<br />
sinnúmero de relojes de antesala, relojes de pared, relojes de salón y<br />
de cocina, despertadores, relojes de bolsillo y de pulsera formaban<br />
tal revuelo de tictacs como si un único mecanismo de relojería no<br />
pudiera aniquilar suficiente tiempo. Mientras el abuelo y<br />
Ebentheuer, como siempre con la lupa sujeta en el ojo izquierdo,<br />
conversaban sobre qué es lo que le había pasado a su reloj de<br />
bolsillo, yo miraba por encima del mostrador hacia el interior del<br />
sombrío cuarto donde estaba el menor de los hijos de Ebentheuer,<br />
que se llamaba Eustach y tenía hidrocefalia, balanceándose con<br />
lentitud en una sillita alta de un lado a otro. En lo que concernía al<br />
doctor Rambousek, fue hallado efectivamente aquella misma tarde<br />
por su mujer, quien poco después abandonaría W. con sus hijas, en<br />
el consultorio de la Alpenrose, sin vida y frígido. Más adelante, en<br />
cierta ocasión escuché decir a Valerie Schwarz, en una conversación<br />
susurrada que mantuvo con mi madre, que el doctor<br />
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