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értigo<br />
turas vespertinas aún sigo gozando en lo posible de mis facultades<br />
mentales. Salvatore dijo que sentía no haberse dado cuenta enseguida<br />
de mi presencia, pero que tanto su miopía como su concentración<br />
en la historia contada por Sciascia le habían apartado por<br />
completo de todo cuanto acontecía a su alrededor. De hecho, prosiguió<br />
tras regresar sólo hasta cierto punto a la vida real, la historia<br />
que contaba Sciascia era una sinopsis fascinante de los años inmediatamente<br />
anteriores a la Primera Guerra Mundial. En el centro de<br />
la narración, desarrollada de un modo próximo al ensayo, se situaba<br />
una cierta Maria Oggioni, nata Tiépolo, esposa de un tal capitano<br />
Ferrucio Oggioni, que, el 8 de noviembre de 1912, conforme declara<br />
ella misma en defensa propia, mató de un disparo al criado de su<br />
marido, un bergsaliere llamado Quintilio Polimanti. Evidentemente,<br />
continuó Salvatore, los periódicos de antaño hicieron su agosto con<br />
la historia, y el proceso que había mantenido entretenida la fantasía<br />
de la nación durante semanas —la acusada descendía, como la<br />
prensa no se cansaba de destacar constantemente, de la estirpe del<br />
famoso pintor veneciano— este proceso, pues, que, como ya se ha<br />
dicho, había tenido en vilo a toda la nación, no vino a demostrar<br />
nada más que la verdad, en el fondo conocida por todos, de que la<br />
ley no es igualitaria y la justicia no es justa. A los jueces, puesto que<br />
Polimanti no podía seguir representando su propia causa, les había<br />
resultado fácil dejarse embaucar por la misteriosa sonrisa de la<br />
signora Oggioni, a quien en poco tiempo todo el mundo llamó<br />
Contessa Tiepolo a partir de entonces, sonrisa que, como se podía<br />
imaginar, a los periodistas de aquel momento les recordó<br />
inmediatamente a la de la Gioconda, tanto más cuanto que entonces,<br />
en 1913, también la Gioconda erraba por los titulares de los periódicos<br />
después de haber sido descubierta bajo la cama de un obrero<br />
florentino, el cual, dos años antes, la había liberado de su exilio en el<br />
Louvre y se la había traído de vuelta a su hogar. Es curioso, dijo<br />
Salvatore, cómo durante este año todo converge hacia un único punto<br />
en el que, costara lo que costase, tenía que suceder<br />
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