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11 ritorno in patria<br />
vilidad en un vagón climatizado del tren rápido no se prestaban a<br />
disipar tal tipo de conjeturas. Por lo demás, en aquel entonces, dicho<br />
sea en virtud de la honestidad, no se me pasaron por la cabeza<br />
tales pensamientos, sino que, al contemplar el país íntegramente<br />
parcelado y aprovechado, en mi conciencia, si es que en ese momento<br />
la conservaba aún, sólo se repetían las palabras «la región suroccidental<br />
alemana», «la región suroccidental alemana», hasta que,<br />
al cabo de un par de horas de una tortura en progreso constante,<br />
llegué al convencimiento de que ahora, definitivamente, sí se había<br />
activado algo así como la desactivación de los nervios de mi cabeza.<br />
La presión bajo la que me encontraba no se aplacó hasta que el<br />
tren no estuvo rodando por el interior de la estación de trenes de<br />
Heidelberg, donde la gente que había en los andenes era tan numerosa<br />
que de inmediato los supuse fugitivos de una ciudad en vías de<br />
extinción o ya extinta. La última pasajera de los que se habían incorporado<br />
al tren y que habían entrado en el compartimento, sólo<br />
ocupado a la mitad, era una mujer joven con un birrete marrón de<br />
terciopelo y pelo rizado, en la que a primera vista, y como pensé sin<br />
abrigar la más mínima duda, reconocí a Isabel, la hija de Jaime I de<br />
Inglaterra, que, según informes de los historiógrafos, había venido a<br />
Heidelberg en calidad de prometida del príncipe elector del palatinado<br />
y, durante el breve período de tiempo en el que allí tuvo una<br />
corte fastuosa, fue conocida como la reina de invierno. Esta mujer<br />
joven del siglo xvu inglés, apenas hubo tomado asiento y se hubo<br />
instalado en su esquina, se concentró profundísimamente en un libro<br />
que tenía por título Mar de Bohemia, escrito por una autora que me<br />
era desconocida, Mila Stern. Cuando por fin el tren discurría por la<br />
orilla del Rin, levantó varias veces la vista de la lectura para<br />
dirigirla, a través de los cristales de la ventana del compartimento,<br />
hacia el agua y las pendientes empinadas de la otra orilla. Tuvo que<br />
haberse levantado un fuerte viento del norte, pues los pabellones de<br />
popa de las lanchas que labraban el grisáceo caudal corriente<br />
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